jueves, 28 de noviembre de 2013

Sentirse Iglesia


SENTIRSE IGLESIA

                El sábado 2 de noviembre en una entrañable ceremonia, el arzobispo de Santiago, Mons. Ricardo Ezzati, confirmó a 41 alumnos de 2º medio y a 6 apoderados. «El obispo es el ministro ordinario del sacramento de la Confirmación - dice el Catecismo - Aunque pueda, en caso de necesidad, conceder a presbíteros la facultad de administrar el sacramento, conviene que lo confiera él mismo... Los obispos son los sucesores de los Apóstoles y han recibido la plenitud del sacramento del Orden. Por esta razón, la administración de este sacramento por ellos mismos pone de relieve que la Confirmación tiene como efecto unir a los que la reciben más estrechamente a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar testimonio de Cristo» (Catecismo, 1313). Por esta misma razón en nuestro colegio invitamos siempre a un obispo para impartir este Sacramento.

                En la homilía, el señor arzobispo, recordando las cartas que nuestros confirmandos le escribieron días atrás y que él leyó personalmente, sintetizó en dos expresiones las motivaciones que le manifestaron para pedir este Sacramento: "afirmar su fe en Jesucristo y vivirla en la Iglesia". ¡Realmente no podían haber mejores motivaciones! El arzobispo invitó a los presentes a rezar para que estas buenas intenciones se hagan realidad: "pedimos para ellos la fuerza del Espíritu Santo para que sean constructores de un mundo nuevo; para que sean testigos de la alegría de ser cristianos; para que se sientan Iglesia".

                Sentirse Iglesia no es fácil en nuestra sociedad. Escándalos y contra testimonios, por largo tiempo al centro del interés de los medios de comunicación, han reforzado sospechas y rechazos. Se siente a menudo decir: yo creo en Dios, creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia. Es un hecho que tiene que interrogar a cada católico. Sería fácil interpretarlo en el plano moral, descargando las responsabilidades sobre uno u otro. Es fácil decir que al fin y al cabo se trata de una minoría de eclesiásticos, la que provocó los escándalos. En cambio, a mi juicio, hace falta leer estos hechos como una llamada a un empeño compartido por la renovación y la conversión. Y esto afecta a todos. En nuestra pequeña parcela de Iglesia, que es la comunidad educativa del Liceo Murialdo, afecta desde el rector hasta el último apoderado que ha llegado a matricular a su pupilo.

                Todos somos corresponsables para la fidelidad de la Iglesia a su misión: cada uno tiene que contribuir según sus propios dones y competencias. Las faltas, los más escandalosos pecados y los límites no pueden ser motivo de alejamiento o de falta de compromiso, sino de estímulo para la solidaridad espiritual con el fin de superarlos. En palabras de San Pablo: Dios «ha dispuesto que los varios miembros ayuden a los que más lo necesitan, a fin de que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios» (1Cor 12, 25-26).

                En el centro del rito de la Confirmación está la señal de cruz, que el obispo traza sobre la frente del confirmando con el Crisma, el aceite perfumado consagrado el jueves santo: es el sello del Espíritu Santo que "marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero indica también la promesa de la protección divina" (Catecismo, 1296). El creyente no puede esconder su fe: es luz para irradiar, palabra para comunicar, amor para derramar, esperanza para transmitir. La gracia de la Confirmación le da la fuerza de testimoniarla en todas las situaciones de la vida cotidiana. El camino será el mismo por el cual el Espíritu ha conducido a Jesús: el compartir, el darse y el servir. En la Confirmación los creyentes reciben la posibilidad de caminar hacia la madurez cristiana. Si bien el camino hacia la madurez es ciertamente responsabilidad de cada uno, sin embargo es necesaria la solidaridad de la comunidad, sobre todo en un contexto como el nuestro, caracterizado por la multiplicidad de los puntos de referencia. Nuestros jóvenes necesitan la solidaridad de toda la comunidad, manifestada a través de la oración y del testimonio coherente de vida.

                El día de Pentecostés, recibido el Espíritu Santo, los Apóstoles vencen todo tipo de miedo y empiezan a evangelizar con franqueza. A los que los amenazan para hacerlos callar, Pedro y Juan sin titubeos, les contestan: «Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y escuchado» (Hch 4,20). San Pablo dirá de sí mismo: «Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9,16).

                Todo esto se renueva en el sacramento de la Confirmación: el Espíritu nos franquea del temor y nos manda por los caminos de la vida para llevar a todos el Evangelio. En nuestro contexto pluralista y secularizado son numerosas las situaciones en que se nos pide callar. Nuestra respuesta tiene que ser la misma de los Apóstoles: ¡no podemos callar!

                Al final del mes, el viernes 30 de noviembre, vamos a celebrar una de las más bonitas manifestaciones de la comunidad educativa del Liceo para sentirse Iglesia: la tradicional peregrinación al santuario de la Inmaculada del Cerro San Cristóbal. ¡Ocasión para sentirse Iglesia!.



p. Franco, noviembre  de 2013

Crecer en la Fe


CRECER EN LA FE

Quién tiene guaguas sabe que los pediatras tienen tablas para calcular si su bebé está creciendo bien, de manera regular, si su peso corresponde a los meses y años de vida, etc. Obviamente San Pablo no tenía tablas de medición para evaluar el crecimiento en la fe, cuando escribía a los cristianos de Corinto, quejándose por verse «obligado a nutrirlos todavía con leche, porque son gente inmadura». En su opinión, los discípulos de aquella ciudad de Grecia no habían crecido en la fe, se habían quedado demasiado pequeños, eran como niños que todavía no se habían destetado.

Los creyentes en Cristo estamos todos llamados a crecer, exactamente como crece un niño, «hasta conseguir la madurez - dice el mismo San Pablo - conforme a la plenitud de Cristo». Cualquiera que se considere discípulo de Jesús no puede quedarse estancado en su vida espiritual, con una fe propia de la etapa infantil o, quizás, de la época de la primera comunión.
El año de la fe, que estamos celebrando, ha sido promovido en la Iglesia para reflexionar sobre la calidad de nuestra adhesión al Señor y poder crecer en ella.

Algunas religiones dicen claramente a sus fieles qué esperan de ellos. Por ejemplo, los budistas proponen etapas o niveles diferentes de meditación, los judíos hablan de las cuatro piedras, los musulmanes de los cinco pilares que cada fiel debe cumplir en su vida... Y nosotros, los que hemos acogido la Buena Noticia de Jesús, ¿qué tenemos? ¿Cómo podemos crecer en la fe? ¿Cómo la alimentamos?

Lamentablemente los cristianos tenemos a menudo la costumbre de conformarnos con lo mínimo, e incluso nos sentimos bien sin él. Son muchos los que se declaran creyentes, católicos romanos, etc., sin ningún compromiso religioso ni para con Dios, ni consigo mismo, ni para con los demás. Cuando en el 1941 San Alberto Hurtado publicó su reflexión "¿Es Chile un País Católico?" remeció conciencias e incomodó a muchos con su denuncia. Quizás haría falta ahora otro remezón para provocar a nuestra juventud... y también a los no tan jóvenes.
Desde luego, no puedo dejar de mencionar la actitud de apertura que Jesús tuvo para con todos, buenos y malos, fervientes y alejados de la religión, incluso con los más empedernidos pecadores. Jamás rechazó a nadie que se acercara a él con corazón sincero. El Evangelio recuerda esa actitud con una frase emblemática del profeta Isaías que Jesús hizo propia: «no quebrará la caña cascada, no apagará el pabilo humeante…». La caña cascada y el pábilo o mecha humeante representan toda clase de miserias humanas. Dios no terminará de romper la caña quebrada, que no sirve para nada, ni apagará la mecha carbonizada de una lámpara de aceite que no ilumina, y emite sólo humo nauseabundo. Al contrario, se inclina sobre ella y le da la fortaleza y la vida que le faltan. Ésta es la actitud de Jesús ante los hombres. Su comprensión y misericordia por los débiles, los mediocres, los fríos, los pecadores, los lejanos, los apáticos, los materialistas, los hastiados, los enojados con Dios, etc., si por un lado nos señalan el camino a seguir para llevar a nuestros amigos hasta Él, por otra nos comprometen a hacer crecer nuestra propia fe y no dejarla cristalizada en la inmadurez. Su acogida y perdón nos empujan a responderle con mayor empeño.

Justo por eso querría este mes vez presentar unas indicaciones concretas para crecer espiritualmente, por no quedarnos con la fe mágica - ¡por cierto muy válida a esa edad! - propia de los niños.

1.- El primer alimento que necesitamos a diario es la oración. Porque la oración cotidiana nos abre a aquella otra dimensión que es la presencia de Dios en nuestro mundo y en nuestra vida. La oración es, por así decirlo, el ojo a través del cual vemos a Dios, el oído a través del cual escuchamos su voz, la puerta que nos conduce a su corazón. Alabar, adorar, agradecer, suplicar, rogar, pedir, preguntar, quejarse, protestar, etc. son todas maneras de tener presente a Dios en nuestra vida.

2.- Pero la oración misma debe ser retroalimentada por la Palabra y fortalecida por los Sacramentos. La lectura y la escucha de la Sagrada Escritura y la participación a los Sacramentos encuentran su momento cumbre de la vida cristiana en la Misa dominical; una práctica de vida cristiana que necesita compromiso y autodisciplina. Asumiendo el hábito de la Eucaristía semanal, emprendemos el camino de crecimiento en la fe, tanto individual como familiar.

3.- Hay una tercera cosa esencial para la fe en el Dios de Jesucristo: las obras. Ya que el cristianismo es ante todo un modo de vida, un modo de estar en el mundo y no un sistema de doctrinas, el obrar es fundamental. Pero, ¿qué obrar? Nos viene en ayuda el apóstol Santiago en su carta a los primeros cristianos: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: "Vayan en paz, caliéntense y coman", y no les da lo que necesitan para su cuerpo?». La fe sin compromiso con los necesitados es una fe muerta.

            En las celebraciones de inicio del mes de la solidaridad, a los alumnos y profesores de los tres ciclos traté de explicarles esta idea con una imagen plástica, en la que les mostraba la importancia de abrir el corazón, porque un corazón cerrado no puede amar a Dios ni a nadie; recorté en el corazón de cartulina dos puertas; pero - ¡y aquí estuvo la sorpresa! - un corazón abierto, "con puertas", se transforma en una paloma "con alas" (las puertas abiertas en un corazón doblado por la mitad se parecen a alas). Nos hacen faltan dos alas para volar en la vida espiritual, y éstas son precisamente la oración y las obras. ¡Estamos llamados a ser águilas o cóndores que vuelan muy alto en la vida y no pingüinos que andan torpemente!



p. Franco, mayo  de 2013

JMJ de Rio de Janeiro


LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD DE RIO DE JANEIRO

                Tres mil quinientos jóvenes chilenos aproximadamente participarán en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Río de Janeiro a mediados de este mes. Entre ellos estarán también los veinte que representarán dignamente a nuestro Liceo Murialdo. No es un número grande, pero significativo si pensamos que la mayoría de los participantes son jóvenes de las parroquias desde Arica a Punta Arenas. En realidad, proyectábamos enviar esta vez un número mayor, sobre todo porque el evento se celebra en Brasil. Y de hecho, en noviembre del año pasado, fueron casi 50 los alumnos de enseñanza media que se anotaron. Pero no se logró inscribir a nadie más que estos veinte, ante todo por motivos de organización interna nuestra, pero también por límites de cupo y por el elevado costo del viaje junto con la estadía respecto a los eventos anteriores. No obstante todo, la experiencia que vivirán será seguramente imborrable, como lo ha sido para los treinta que participaron en la del 2011 en Madrid.

                Unos datos pueden darnos una idea de la magnitud del evento: son más de 170 los Países de donde provienen los jóvenes ya inscritos; es decir, estarán presentes jóvenes de casi la totalidad de los Países soberanos del mundo. Será una masa impresionante de juventud de toda raza, pueblo, nación y continente, que invadirá una de las ciudades más bonitas del mundo. En la JMJ de Madrid, en los días cumbres, se juntaron alrededor de dos millones de personas. No sabremos hasta el 27 y 28 de julio cuántos van a estar en el encuentro con Papa Francisco. Pero ya desde ahora se ha superado el record anterior de Madrid: los periodistas que se acreditaron de cualquier parte del mundo suman 5.500 personas, 500 más que en Madrid. Esto muestra que la JMJ es un evento con repercusión en el mundo entero. La celebración del encuentro del Papa con los jóvenes de todo el mundo está mucho más allá de los medios de comunicación religiosos. El mundo entero va a estar con los ojos puestos en este evento extraordinario. La cobertura internacional también será importante para garantizar que aún aquellos como nosotros que no estaremos en Río podamos vivir la JMJ a través de los medios de comunicación.

                Como ocurrió en Madrid - donde los “indignados” los días anteriores se manifestaban por la situación de precariedad social de España -, también en Río los jóvenes católicos tendrán que testimoniar su fe en un contexto herido y en dificultad. Con toda la prudencia necesaria, serán capaces de juntar el coraje de la dimensión testimonial y evangelizadora con la del compromiso a favor de los pobres y por una mayor equidad en nuestro continente.
                El viento de la JMJ soplará también en nuestras casas si abriremos las ventanas de nuestro corazón al Espíritu que nos hablará a través de imágenes trasmitidas por televisión, especialmente la semana del 23 al 28 de julio, o través de la prensa, la que se hará cargo de contarnos las experiencias y las celebraciones juveniles y se hará eco de los discursos de Papa Francisco.

                Espero que también para nosotros, quienes no estaremos en Río, la JMJ sea ocasión para renovar nuestra fe en Cristo Jesús, el Señor, y nuestra adhesión a la Iglesia, participando en algunas de las misas de nuestras parroquias, capillas o centros de devoción. Necesitamos conocer más nuestra fe y lo haremos a través de la escucha de la Palabra de Dios; necesitamos vivir nuestra fe y lo haremos participando con mayor frecuencia a las Santas Misas, donde podemos vivir el sentido de comunidad de discípulos; necesitamos testimoniar nuestra fe con coraje, como hacen nuestros jóvenes, quienes saben comprometerse solidariamente con los demás, sin esconder su condición de creyentes en Jesús.

                Si a los jóvenes les pedimos mayor compromiso con la fe, ¿será mucho pedir a los padres que recen por la fe de sus hijos? ¡Esa fe que hoy en día cuesta más mantener, cultivar y testimoniar, porque los jóvenes deben hacerlo contracorriente!

Noticia de última hora: los 20 murialdinos que irán a la JMJ-Río han sido elegidos para animar una de las catequesis de lengua española ante 5.000 jóvenes, el viernes 26 de Julio: ¡honor y gran desafío!



 


p. Franco, julio  de 2013

Día de la Madre


DÍA DE LA MADRE

El segundo domingo de mayo es el día de la madre. Me dispongo a escribir esta reflexión, pensando en mi madre y tantas otras mamás que he conocido a lo largo de mi vida en varios países del mundo; y, ¿cómo no?, en las mamás de nuestros alumnos y en nuestras profesoras que son mamás.

A los hijos se nos llena el corazón de sentimiento cuando pensamos en ella. Es lo mínimo que podemos sentir, pequeños y grandes; los que todavía tienen la dicha de estar con ella cara a cara o de hablarle por teléfono, y aquellos que la tienen solamente en su corazón. ¡Jamás ha de faltar la gratitud hacia ella! Gratitud hecha de gestos concretos, aunque no haya sido la mejor de las madres.

Con todo, puesto que somos hijos (¡todo el mundo es hijo!), intento fabular en nombre de todos los hijos sobre la mamá desde lo que uno es ahora: 
¿Qué puedo decir de mi mamá? ¡Mi mamá es perfecta! Lo es porque está presente, aunque físicamente no siempre. Es perfecta porque la siento cercana. Es la figura de referencia, la persona en quien sé que puedo contar siempre, porque un minuto para dedicarme lo tiene siempre. Aunque ella esté trabajando o en la peluquería o haya ido corriendo donde los abuelos que la llamaron; o saliendo del trabajo, ha pasado por el supermercado donde se encontró con su amiga… ella siempre me contesta cuando la llamo; me contesta y a veces me dice solamente: -‘Te llamo enseguida’; y un minuto después me llama.

Para mí la perfección de las madres está en su capacidad de infundir en los hijos un tipo de tranquilidad de fondo precisamente por su disponibilidad a toda prueba. Tengo conciencia de que puedo contar con ella en cualquier minuto. Y esta conciencia la he asimilado desde pequeño. Poco importa que hoy mi madre no esté cerca: cuando he tenido verdadera necesidad, ella lo ha estado siempre.

¿Hay algo más bonito que sentirse especial para alguien? Es la sensación más bonita del mundo. Se llama amor. Yo he sido especial para mi mamá. Me ha hecho sentir especial. Por eso mi mamá es perfecta. Sin embargo, no me ha dilatado el ego, ni me ha crecido como un narciso, pero sí me ha hecho sentir único. Único, pero normal como todos los demás amigos, primos y compañeros de escuela. Al fin y al cabo también la normalidad es un talento.

Cuántas personas - pienso yo - vivirían una vida más feliz si alguien - mamá y papá - les hubiera dicho de manera directa o con gestos concretos y conscientes: ¡Eres especial para mí! No eres el mejor, pero te quiero por todo lo que eres. Creo que en ese ‘todo’ está encerrada la grandeza del ánimo humano de una mamá.

Un refrán indiano, que muchos conocen, dice que los padres tienen que ocuparse de darles a sus hijos dos cosas:  las raíces y las alas. Y las raíces más sólidas son aquellas de quien se siente o se ha sentido especial. No especial por encima de todos los demás, pero especial con todas las imperfecciones.

Hoy en día ser una buena madre, una mamá perfecta, no es fácil. Porque lamentablemente esto lo deciden los demás. Son los demás quienes juzgan si una mamá es una buena mamá o no lo es. Son los demás - ¡los que se lo saben todo! - que saben lo que hay que hacer y lo que no se debe hacer, lo que hay que decir y lo que no se debe decir a los hijos. ¡Cuántas veces se han visto por ahí grupitos que se fijan en una mamá con miradas de desaprobación o sonrisitas irónicas. A veces se logra escuchar frasecitas que susurran: ¡Pobre hijo! ¡Con una madre así…! Y la frase no se concluye, pero en esos puntos está dicho todo, demasiado.

Es que a una mujer se puede herir de muchas maneras. Y cuando es mamá, aún es más fácil. Basta generar en ella un poco de sentido de culpa: porque trabaja demasiado y llega tarde a casa; porque no trabaja y le absorben demasiado los menesteres del hogar (como si ser dueña de casa no fuera un trabajo); porque va al gimnasio y se reúne con las amigas; porque le compra al hijo(a) comida chatarra o no le da un helado cuando se lo pide; porque no lo(a) manda al colegio limpiecito(a) y bien peinado(a); porque le produce ansiedad al gritarle; porque es propensa a darle satisfacción inmediata y no lo(a) educa a la tolerancia a la frustración; porque tiene poca paciencia y vive estresada; porque llena todos los espacios del hijo(a) con cosas no necesarias y le copa todo el tiempo; porque no le exige esfuerzos y renuncias; porque es light y deja que el(la) niño(a) haga lo que quiera; porque es demasiado protectora; porque se preocupa demasiado de cosas materiales y olvida lo más importante… Y muchas cosas más…
Quizás también mi mamá tenía algunos de estos defectos. Quizás mi mamá no ha sido tan perfecta como los especialistas dicen que debiera ser una mamá. Entonces mi mamá es una mamá imperfecta. Quizás no ha sido la mejor de las mamás. ¡Pero es mi mamá! Y la amo.

Y tengo el corazón lleno de gratitud: porque la siento cercana, porque me hecho sentir especial y único; y sobre todo, porque me ha dado, junto con la vida, el regalo más grande: me ha enseñado la fe en Dios y me ha iniciado en la vida espiritual. ¡Por eso, no obstante lo que digan los demás, sigo pensando que mi mamá es perfecta!. ¿Acaso no es así también para ustedes?


p. Franco, mayo  de 2013

Año de la Fe


AÑO DE LA FE

En la portada de la agenda escolar hemos puesto una composición de fotos de la  peregrinación al Santuario de la Inmaculada, realizada el 30 de noviembre pasado,  cuando subimos al Cerro San Cristóbal más de mil seiscientas personas entre alumnos  profesores y apoderados del Liceo.

Al final del recorrido, ya en la cumbre, nos hicieron pasar a todos a través de esa hermosa puerta reproducida en la portada, antes de ubicarnos en las gradas  del santuario al aire libre para celebrar la conclusión del mes de María. Con ese  gesto habíamos cruzado simbólicamente el umbral de la "Puerta de la fe",  respondiendo así al llamado del Papa que ha convocado a todos los católicos a vivir el "Año de la fe" (octubre 2012 - noviembre 2013). 
Esa bonita puerta, construida por el personal del colegio, igual que la  puerta de la fe, está siempre abierta para indicar que podemos cruzarla en cualquier  momento o etapa de nuestras vidas. Desde la etapa de la niñez cuando teníamos una fe mágica y recurríamos a Dios ante cualquier necesidad para que nos resolviese  cualquier problema, pasando por la etapa de la juventud cuando lo cuestionábamos  todo y la fe se tambaleaba en medio de las crisis adolescentes, hasta una etapa  adulta, cuando hemos profundizado en la experiencia espiritual y nos hemos  encontrado con la persona y la divinidad de Jesucristo, como quien descubre, en un encuentro especial, al mejor amigo de su vida. Son muchos los momentos en que podemos cruzar ese umbral: "atravesar esa puerta- dice el Papa - supone  emprender un camino que dura toda la vida".

Pero, ¿qué es la fe? Cuando hablamos de fe verdadera no estamos diciendo  que creemos en Dios, que practicamos una determinada religión o que simplemente  somos católicos. Lamentablemente esta es la respuesta o la idea que muchos tienen.  La fe auténtica es la de quien vuelve a tener, una y otra vez, encuentros con Dios  que habla a través de su Palabra y de los acontecimientos de la vida, revelando su  verdadero rostro. Se trata siempre de un encuentro que nos abre los ojos, que nos  hace descubrir cada vez algo nuevo; por eso mismo quien tiene esa fe -aunque  siempre necesitada de la ayuda del Señor - es consciente de que su propia vida  carece de sentido si no tiene una relación intensa y permanente con Él. 
En este contexto del "año de la fe" hemos elegido el lema que nos  acompañará durante el año: «Fe, don recibido para ser compartido». 

La fe no es fruto de una propia conquista, ni de un aprendizaje personal,  sino es esencialmente un don de Dios, que hemos recibido a través de otros,  normalmente en nuestro hogar, de nuestros familiares; así como hemos recibido  la vida y tantos otros dones gratuitos en el seno de nuestra familia. Pero este don  no podemos tenerlo sólo para nosotros, no es exclusivo para un aprovechamiento  personal, tampoco es algo totalmente inmerso y relegado en la intimidad de la  propia conciencia... este tipo de don subsiste y se fortalece si lo compartimos. 

San Alberto Hurtado se preguntaba si Chile era verdaderamente un país  católico y con ello suscitaba un debate nacional. También en nuestro Liceo este año queremos suscitar no tanto un debate, sino una reflexión personal y colectiva en  la Comunidad Educativa sobre cómo vivimos nuestra fe, la que abiertamente  profesamos cuando decimos que somos católicos. Podríamos empezar por una  pregunta: ¿qué elección puedo y podemos hacer para hacer crecer nuestra fe?


p. Franco, marzo  de 2013

jueves, 3 de enero de 2013

Tener valor de llegar a ser Don




TENER VALOR DE LLEGAR A SER DON
Discurso licenciatura IVos Medios – viernes 7 de diciembre de 2012

......Estimados alumnos de IVº medio, voy a empezar con un poco de ciencia ficción.

......Me proyecto dentro de 10 - 15 años. Ustedes ya son adultos jóvenes, seguramente bien instalados en la vida. Me llega un regalo. Lo abro.  ¿Y qué encuentro dentro? ¡Tres fotografías! 

......Las miro y veo los mismos rostros de ustedes, que ahora están en espera de su diploma. 

¡Las fotos están envejecidas, pero son los mismos rostros!

......Me pregunto cómo serán estos jóvenes dentro de 10-15 años. Esta inquietud me provoca como rector a dejarles, en este momento, un mensaje fuerte, porque así espero y deseo que sean ustedes en el 2022, en el 2027 o más todavía: ¡Jóvenes adultos que tienen el valor de ser don!

......Estimados alumnos egresados, su vida ha sido y es un don. ¡Un don recibido! Don de Dios en primer lugar; don de su familia; don de tantas personas que les han ayudado a crecer.

......Ustedes son también un don de esta Institución, que durante años, a través de su Proyecto Educativo y la labor de muchas personas, ha estado a su servicio en la educación.

......Mi deseo y mis votos en esta noche de despedida es que también ustedes lleguen a ser un don, un don de verdad con sus propias vidas.

......Estos deseos no deben resultar extraños. Son, de alguna forma, inherentes a nuestra carta magna, el Proyecto Educativo. En el fondo ahí se describe un perfil de hombre y de mujer que se construyen en base a cuatro valores fundamentales.

¿Cómo será, entonces, el perfil del murialdino proyectado al futuro?

......Será una persona que sabe que su valor es proporcional a su capacidad de ser don para los demás.

......Será una persona que tiene claro cómo logrará realizarse. Su autorrealización no estará en función de sus éxitos en la universidad o en diferentes campos de sus futuras profesiones. Aunque todo ello tiene mucha importancia para la vida, no es lo esencial. Porque, en el fondo, todo ello responde a una visión utilitarista de la persona humana. Porque todo ello se traduce, al fin y al cabo, en plata. Todo el esfuerzo para ganar más dinero. ¿Se dan cuenta? Ganar cuanto más dinero es la aspiración más común hoy en día (negarlo sería políticamente no correcto); pero, es la trampa de muchos que hacen consistir en eso su autorrealización. ¡El hombre vale por la plata que logra tener!
Por el contrario, lo que aspiramos y esperamos de un Murialdino es que no mida su felicidad y su éxito en la vida en función de cuanto recibe, sino en proporción de cuanto es capaz de dar. Para eso han estado tanto años en este Liceo.

......Sé que estos conceptos no forman parte del acervo cultural de la sociedad y de la juventud de hoy. Por eso este Liceo de alguna forma navega contracorriente.

......Mi reflexión, entonces, se hace deseo y oración por ustedes: que ustedes, nuestros jóvenes graduandos, sepan convertirse en un regalo por los demás. No sean egocéntricos, no sean egoístas, no sean narcisistas, no piensen sólo al dinero, no estén mirándose siempre el ombligo, ni siquiera se crean el ombligo del mundo…

......Y en cada etapa de la vida sepan redescubrir la raíz que sustenta todo esto: la fe, lo cual se traduce en mantener vivo contacto con Quien, desde fuera del tiempo y del espacio, quiso hacerse temporal y corporal; quiso hacerse hombre en el seno de una joven hebrea, cuya fiesta celebramos mañana: la Inmaculada. Quiso, en definitiva, hacerse don para la humanidad, evento que celebraremos dentro de 20 días en Nochebuena. Justo por esa extraordinaria irrupción de Dios en la historia del hombre, la plena realización del hombre, desde entonces, está en hacerse don, regalo.

......Nuestra esperanza en ustedes va más allá todavía. Nuestra esperanza es que todo lo que son, lo enseñen también a los demás, a los jóvenes que encontrarán fuera de aquí en los nuevos rumbos que les depara la vida. Para ello hace falta coraje, el coraje del testimonio.

......En fin, hago votos para que ustedes murialdinos, egresados del 2012, tengan en la vida mucho coraje: el coraje de hacerse don y de enseñarlo con su testimonio también a los que encontrarán en sus vidas.

p. Franco, diciembre  de 2012

El año de la Fe


EL AÑO DE LA FE

.......El Papa Benedicto XVI ha convocado un tiempo especial, llamado Año de la fe, que se iniciará el 11 de octubre próximo y terminará el 24 de noviembre de 2013, último domingo de noviembre.

.......Por otra parte, nuestros Obispos chilenos han querido anticipar de algunos días esa fecha de comienzo, adelantándola al 30 de octubre, es decir el día en que se honra a Nuestra Señora del Carmen, Patrona de Chile.

.......Según se lee en el documento del Papa, que tiene por título “La puerta de la fe”, las fechas indicadas no son arbitrarias, sino, por el contrario, tienen un significado histórico muy importante para la Iglesia de nuestro tiempo. Coinciden, en efecto, con dos conmemoraciones fundamentales: la apertura del Concilio Vaticano II, de la que se cumplen cincuenta años, y la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, de la que celebramos los veinte años de su publicación.

.......Para nosotros, los católicos, este llamado es importante, no sólo porque viene solicitado por el Papa, sino por el objetivo mismo por el cual se convoca: tener un año especial para reavivar y celebrar nuestra fe y así poder testimoniarla con mayor decisión. En esta época de profundos cambios nos hace falta una fe más decidida que se haga pública y no relegada solamente en la intimidad de la propia conciencia.

.......Las verdades de la fe no son verdades ‘empíricas’, es decir, científicamente demostrables por medio de experimentos, como se procede en ciencias; ni son verdades que se imponen a nuestra inteligencia, como verdades deductivas o como evidencias racionales, es decir, como si fueran proposiciones matemáticas. No por eso no son verdades para nuestra inteligencia. Antes bien, estas verdades tienen una dimensión más profunda, porque son las que dan sentido a nuestras vidas…

 .......Sin embargo, la verdad de Dios, las verdades reveladas por Jesús, no se imponen a la conciencia de uno. Dios no podía retirarnos el don que nos hizo de la libertad para imponer a nuestra inteligencia o a nuestro corazón las “verdades divinas”. ¡Él nos hizo libres, libres incluso para renegarlo!

.......Precisamente por eso la fe se hace creíble a la mente y al corazón de manera contemporánea; no sólo a la mente, y no sólo al corazón, sino a los dos a la vez. Y precisamente porque somos seres libres, nosotros tenemos la facultad de abrir o cerrar la puerta de la fe. Nosotros tenemos la llave para hacer pasar por el umbral de la fe al mismo Dios. Abrir la puerta de la fe es, en definitiva, abrir la puerta a Jesucristo.

.......Toda esta reflexión nos lleva a una clara conclusión: el único modo para hacer creíble la fe, a diferencia de las verdades empíricas o racionales, es a través del testimonio. Nadie cree en Dios porque se ha puesto a estudiar teología. Hemos llegado a la fe por el testimonio de determinadas personas que han expresado su fe cerca de nosotros con su propia vida.

.......Por otra parte, la fe contagiada por el testimonio es algo que se va aprendiendo y madurando según las edades y las circunstancias de la vida. Se vuelve necesario, por lo tanto, buscar las condiciones y las ocasiones para profundizar en la vida de fe. Y una de las mejores es participar a misas los domingos (o los sábados por la tarde) con la comunidad a la que pertenecemos.

Padre Franco, octubre  de 2012


viernes, 8 de junio de 2012

CARTA ABIERTA A UN PAPÁ

             A mí como sacerdote me llaman padre. Al hermano Jesús, que desde el sábado 26 de mayo ha dejado de ser hermano, ahora lo llamamos padre Jesús.

            Los sacerdotes no somos padres biológicos, pero de algún modo ejercemos una paternidad espiritual, que debemos cuidar, cultivar y hacer crecer a diario, como cualquier otra paternidad. De lo contrario seríamos unos sucedáneos de padres, unos padres sólo de nombre, unos títeres de padres…

            Desde este enfoque escribo una carta a los papás, a todos: papás biológicos, papás adoptados, papás premurosamente presentes, papás solos con los hijos, papás ausentes, papás de fin de semana, papás lejanos, etc.; en fin, papá, cualquiera sea su paternidad.

            Somos padres imperfectos, también los nuestros lo fueron a su manera. Por otra parte, la paternidad - diría - es por definición “imperfecta”: sólo Dios es Padre de verdad.

             Pero hay una indiscutible diferencia entre maternidad y paternidad. Tú, papá biológico, puedes acariciar el vientre de la esposa, puedes poner una mano para sentir los movimientos del feto, pero no se compara con el vínculo que se establece entre una madre y su hijo en gestación.

             Tú, papá de hoy, eres más inseguro que tu propio padre: nuestros padres gozaron de una autoridad ampliamente reconocida, y no sólo en la familia. Tú eres un padre más imperfecto de tu padre. Tu eres permisivo y flexible. Tu padre sabía perfectamente, por tradición familiar y social, lo que comportaba la responsabilidad de formar a un hijo.

              Has luchado, justamente, contra el autoritarismo de la generación de tus padres. Ellos nacieron en un clima social distinto, autoritario, incluso represivo. Lo hiciste por temor de reproducir los errores de entonces, renunciando a la autoridad, incluso a la autoridad como valor y actitud. Sin embargo, sabes perfectamente que no hay paternidad sin autoridad, aunque siempre hace valer la afectividad, pensando que ésta podría sustituirla. Sin embargo, hay autoridad de padre y hay afectividad de padre. Tu generación se fatiga en encontrar un equilibrio entre cercanía y distancia, porque se ha olvidado que entre padres e hijos hay asimetría.

               Probablemente cuando eras niño, tu padre te abrazó con parquedad. La afectividad y la emoción correspondían generalmente a las mamás. Hoy, en cambio, te esmeras en regalonear a tu niño/a, hasta casi la asfixia; tu mujer quizás menos.

               En nuestra sociedad actual nos cuesta encontrar el justo equilibrio. Hay padres y madres que protegen a los hijos hasta la obsesión: “no corras”, “no te ensucies las manos”, “no te fíes de nadie”… Pero hay papás que pretenden sustituirse a las madres, tomarse el papel de mamá.

              Hay papás (mucho menos las mamás) que, poco después de la emoción del nacimiento, se han olvidado que tienen un hijo, y continúan su vida, endosando su rol a la mamá. Tiempo atrás, podían permitírselo, porque la malla social lograba crear una protección, pero hoy no.

              En muchas ocasiones tú te preguntas qué hacer: levantar la voz, intentar imponer la débil autoridad o ignorar el reclamo de la mamá que pide tu intervención. Mientras tanto el/la hijo/a sigue con su pataleta. La paradoja es que no aspiras para nada en convertirte en un macetero de greda entre dos de granito (la mamá y el hijo). Pero no tienes más remedio que resignarte a ser macetero de Pomaire - ¡de calidad, se entiende! -, porque es tu única manera de ser un buen papá, dejando a tu hijo/a y a su mamá que resuelvan el conflicto.

              Eres consciente de haber perdido terreno en el campo de la obediencia, tanto presente como futura. Es que no sabes realmente qué hacer en muchas ocasiones (¡nos pasa también a los padres sacerdotes!) Y te preguntas, ¿no habrá una vía para mejorar? En el colegio, creemos que sí. Por eso proponemos el lema como el de este año, por eso programamos la escuela de padres, por eso citamos a entrevista, por eso convocamos a misa de nivel, por eso mandamos a derivaciones también a los padres, por eso…

p. Franco Zago

miércoles, 2 de mayo de 2012

“ESCUCHA Y COMPRENDE…”


«TOMA LECCIONES DEL PASADO,

PERO SÉ UN HOMBRE DE TU TIEMPO CON TU TIEMPO.

ESCUCHA Y COMPRENDE LAS VOCES DEL UNIVERSO,

DE LA TIERRA, DE TU GENTE, DE TU CIUDAD, DE TU PATRIA,

LAS VOCES DE LOS QUE SUFREN, DE LOS POBRES, DE LOS OPRIMIDOS.

COMPENÉTRATE DE TODO LO QUE ES BELLO, BUENO, VERDADERO Y SANTO.

NADA SE PIERDE CON VIVIR GENEROSA, NOBLE, CORTÉSMENTE,

NUTRIENDO EN EL ÁNIMO LA LEALTAD, LA JUSTICIA, EL BUEN SENTIDO, LA BENEVOLENCIA.

SÓLO ASÍ APRENDERÁS A LEER EN LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS Y DE DIOS,

Y A OÍR EL LLAMADO DE LAS ALMAS». (Murialdo)


          Se trata de una composición de nuestro santo patrono, Leonardo Muriado, escrita cuando tenía 17 años. Podemos leerla esculpida en la lápida de su monumento, ubicado entre la capilla y el segundo ciclo. Nunca sabremos cómo llegó Murialdo a escribir aquellos pensamientos tan profundos, que transcienden ciertamente su edad; ni sabremos cuáles han sido las motivaciones, como tampoco la situación que estaba viviendo, para dejar anotado en sus apuntes personales ese mensaje. Sin embargo, una cosa es cierta: esas palabras fueron proféticas según el rumbo que en el futuro tomaría su vida.

          “Escucha y comprende las voces…” Una de sus actitudes más habituales, aunque no tan conocida, ha sido precisamente su aguda atención a la realidad histórica que estaba viviendo. Las elecciones hechas, antes y después de aceptar la dirección del Colegio “Artigianelli”, los compromisos apostólicos asumidos a lo largo de su vida, las modalidades de intervención implementadas en las varias obras, denotan en él un atento sentido de escucha y una viva percepción de los problemas que su tiempo y su entorno planteaban a la sociedad y a la Iglesia. En efecto, Murialdo “escuchaba” de verdad la realidad social, tratando de interpretar las necesidades más urgentes y de encontrar una respuesta adecuada.

          El sufrimiento más agudo de los católicos de su época fue sin duda el producido por el contraste entre el Estado y la Iglesia, a causa de la expropiación de los territorios gobernados por el Papa (en concreto, la ciudad de Roma); y también el contraste entre la Iglesia y la sociedad misma, encaminada hacia una progresiva laicización. Este concepto se puede explicar como la tendencia de evitar que la religión sea visible en la vida de la sociedad, excluyendo su influencia y sus manifestaciones. La tendencia laicizante, originada por la Ilustración y difundida en Europa y en el mundo con las secuelas de la revolución francesa, se impuso en Italia con los gobiernos de la Unificación (siglo XIX), por lo que las autoridades procuraban con todos los medios excluir la religión de la “cosa pública” (instituciones, asociaciones, movimientos obreros, manifestaciones, etc.). La religión tenía que tolerarse sólo en los templos. Y todo ello, obviamente, condimentado con un fuerte carácter anticatólico y antireligioso.

            He aquí entonces la preocupación de Murialdo hacia las clases sociales populares, las más expuestas al peligro de la descristianización. Fue particularmente sensible hacia los peligros que acechaban a los jóvenes, sabiendo por su propia experiencia (véase la crisis juvenil) que un adolescente puede fácilmente perderse. Por eso, implementó un abanico de obras educativas para con la juventud más desvalida (“jóvenes pobres y abandonados”).

           Para enfrentar de manera más contundente la tendencia de laicizar la sociedad, abrió estratégicamente un frente nuevo: el apostolado de la prensa para “dar dignidad informativa, cultural y propagandística a los católicos”. Fundó un periódico (todavía vigente en la diócesis de Turín), creó las bibliotecas ambulantes, promovió la publicación de libros, y fue pionero en valorizar el papel de la mujer, porque pensaba que la mujer, más allá de la educación familiar, era la que tenía mayores aptitudes y posibilidades para la difusión de la prensa católica.

             En fin, Murialdo supo leer el momento histórico en que vivió como el lugar de la presencia de Dios, quien no deja jamás de actuar en el mundo. La lectura de los “signos de los tiempos” y la mirada hacia la pobreza material y moral de los jóvenes fueron para él la voz que dócilmente siguió. Y esto hoy en día constituye para nosotros su legado carismático. Murialdo nos invita a reconocer hoy el rostro de Cristo en los hermanos más necesitados, buscando respuestas creativas e innovadoras de servicio y dedicación, que sepan proponer intervenciones aptas a las necesidades de los tiempos presentes.




p. Franco, mayo de 2012

DIÁLOGO EFECTIVO

         Llega a la oficina del rector una niña del primer ciclo. Toca la puerta y acto seguido entra sin esperar el pase. La secretaria parte detrás de ella y la invita a salir. ¡Pero ya está en la oficina! Ella, de manera educada, pide sentarse; tiene que algo importante que decirme. Resulta que en esos momentos uno tiene varios problemas entre manos… pero ¿cómo no atender a una alumna tan graciosa y decidida? Le pregunto si ha pedido permiso a la profesora para salir de clase y me hace notar que su curso está todavía en recreo. Luego, dando mil vueltas al argumento de conversación, saca de la lonchera el pocillo y me lo enseña: “¡Está vacío, me comí todo lo que mamá me preparó!”. Y el rector se levanta, observa, la felicita, le ayuda a guardar el pocillo y la despide con un besito. “¿Mañana puedo venir de nuevo?”. ¿Y qué le puedo contestar?

         Otro día llega un alumno de enseñanza media. Pide a la secretaria conversar con el rector. Entra y lo hago sentar frente al escritorio. Y uno, aunque tenga en esos momentos mil cosas que hacer, siente que debe dejar un espacio a su disposición. El argumento de la conversación no es trascendental, pero es necesario prestar atención. Al final, cuando el alumno se ha ido, uno se pregunta si valía la pena haberle dedicado esos minutos preciosos del escaso tiempo por tan pequeña cosa… ¿Por qué no haberle dicho que lo atendía más tarde en el recreo?

         Sin embargo, los días siguientes, cuando el alumno de la media se te acerca en el patio y te saluda dándote un fuerte estrechón de mano, y cuando la niña corre a tu encuentro y te pregunta si te duele todavía la manito, también el rector comprende de manera práctica un principio que siempre repite: ¡lo primero son los alumnos! ¡Cualquiera sea la situación o la temática o el problema, aunque se trate de nimiedades para los adultos, lo primero son ellos! En esos momentos, para los alumnos la conversación es una cosa importante, muy importante. Es su derecho ser escuchado.


          Me imagino lo que ocurre en casa: la mamá con muchas cosas que hacer antes de acostarse; el papá con un indescriptible cansancio encima, si no son las preocupaciones que le presionan; los abuelos... los hermanos… Todo el mundo con sus cosas. ¿Y las cosas de los hijos acaso no son importantes?

          En realidad, a nosotros los adultos nos ocurre siempre lo mismo. Creemos que nuestras cosas son las verdaderamente importantes. Por el contrario, las de los niños o hijos lo son mucho menos. De hecho, todo el mundo se comporta de esta manera. Normalmente cuando buscamos el contacto con alguien, lo hacemos porque necesitamos decirle algo. No importa el tema de lo que le vamos a hablar: puede ser grave o intrascendente, chistoso o doloroso, un chisme o una inquietud. Lo que invariablemente nos importa es que el otro esté ahí para que nos escuche. Pertenece a las necesidades humanas ese deseo, a veces ansioso, de contar a otros lo que llevamos dentro.

         Cuando los adultos nos relacionamos con niños o jóvenes, pensamos ser los únicos en tener algo importante que decirles. Muy pocas veces pensamos que también ellos necesitan ser escuchados. Por eso se oye a padres, especialmente de adolescentes y jóvenes, que se quejan porque no consiguen que los escuchen. Las quejas frecuentes tienen casi siempre el mismo tenor: no consigo que mi hijo/a me escuche; lo que le digo le entra por un oído y le sale por el otro… ¿Quién no ha pasado por esa experiencia?

         Los expertos nos enseñan que las relaciones podrían cambiar perfectamente cuando los adultos, padres o educadores, asumen otra actitud, cambiando su manera de conversar: dejar de decirles tantas cosas y aumentar el porcentaje de tiempo que se dedica a escucharles, prescindiendo de dar un valor de mayor o menor importancia a lo que ellos cuentan.

         Hay cosas que no nos gustan, pero que debemos asumirlas, especialmente cuando uno es papá y mamá. Por ejemplo, ¿a quién le gustaba levantarse de noche para atender la guagua, para alimentarla, cambiarles los pañales, limpiarla de sus necesidades biológicas? Entonces nadie ponía en discusión la no agradable tarea. Si eres mamá o papá tienes que asumirlo responsablemente, sin objeciones. Y todos han sobrevivido a esas situaciones, logrando compaginar admirablemente los tiempos, las noches sin dormir, los cansancios, los trabajos y demás responsabilidades.

        También en etapas posteriores, especialmente en la adolescencia, ocurre algo parecido. Si se tiene presente que la adolescencia es un período de intenso desarrollo físico, moral e intelectual, es comprensible que sea una etapa tumultuosa, que exige cuidados y atenciones especiales de parte de los adultos cercanos. Aquí tampoco se debería poner en discusión el tiempo que ellos nos exigen, aunque no lo manifiesten. Entonces, lo primero será atenderles, no obstante el cansancio, la falta de tiempo y otras preocupaciones. Darse tiempo para escucharlos.





p. Franco, abril de 2012

"Escuchando se dialoga, dialogando se construye"

ESCUCHAR DIALOGAR CONSTRUIR

«Al oírse el ruido [del viento impetuoso], se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: «…¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua materna?» (Hechos de los Apóstoles 2,6-8).

El relato bíblico de Pentecostés - el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles - nos sirve de pórtico para introducir el lema de este año escolar: “Escuchando se dialoga, dialogando se construye”.

En el evento bíblico la gente no sólo oyó, sino que también logró entender lo que los apóstoles estaban anunciando; es decir, la gente escuchó lo que se les comunicaba, porque comprendieron el mensaje. Y ello, no sólo porque el idioma le resultaba familiar, sino porque aquellas gentes pusieron atención, querían realmente entender lo que se les estaba comunicando; hubo en ellos un empeño intencional para comprender.

“Escuchar” es mucho más que “oír”. Escuchar no es fácil, pues con frecuencia oímos, pero no escuchamos, porque percibimos y no comprendemos o no queremos comprender; o bien, no ponemos una atención y un empeño intencionales para enterarnos de lo que se nos dice.

Cuando uno escucha de verdad, también dialoga, porque de alguna manera devuelve al otro lo que piensa haber recibido, expresándole a la vez su opinión: su acuerdo o desacuerdo; o simplemente su punto de vista distinto; y no hacen falta palabras para ello, basta tan sólo un gesto, una expresión del rostro, unos ojos abiertos…

Por lo tanto, sólo escuchando de verdad, se puede “dialogar”, de lo contrario nos limitamos a puros monólogos: es decir, repetimos nuestras propias ideas, sin preocuparnos que el otro nos entienda, sin tener en cuenta su punto de vista o sus necesidades; o bien al revés, oímos pero no nos preocupa entender lo que el otro nos manifiesta, porque nuestra mente está tan llena de nuestros propios pensamientos que no hay espacio para recibir el mensaje que otros nos quieren transmitir.

Sin embargo, el diálogo no sólo es el mejor instrumento para resolver conflictos, sino que también es capaz de cambiar a las personas, las hace mejores, las hace crecer, les amplía los horizontes, las compromete para un cambio de actitudes y comportamientos. El resultado de un buen diálogo es un pensamiento más elaborado y más rico de matices, lo cual facilita experiencias atrayentes, abre caminos nuevos y, sobre todo, genera pasiones para realizar juntos algo interesante. Esto es “construir”.

En el evento de Pentecostés, aquellos que escucharon con mente abierta cuanto los apóstoles les decían, al final les preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer?» (2,37). De esta inquietud, surgida de la escucha y del diálogo, empezó su caminar la Iglesia de Cristo. Aquellas personas de hace 2000 años lograron poner los cimientos de la “construcción” más sólida de todos los tiempos; la que, humanamente hablando, resulta ser la más duradera de la historia; y la que, desde la fe, sabemos que jamás se destruirá.

En fin, aprender a escucharse es la clave que pone en marcha un productivo proceso que lleva a construir juntos algo grande. Ni un país ni una familia ni una escuela pueden ser construidos por uno solo. Se necesitan varios, muchos y, a veces, todos. El esfuerzo de éstos, capaces de dialogar abiertamente entre sí, logra construir el bien común ansiado tanto en las familias como en la escuela, y mucho más en el país.




p. Franco, marzo de 2012

martes, 20 de diciembre de 2011

LAS COSAS IMPORTANTES SE APRENDEN EN 1º BÁSICO





DISCURSO A LOS IVº MEDIOS 2011

Esta mañana me acerqué al invernadero del colegio para elegir una planta que fuese un signo de lo que quería expresar en la graduación de los alumnos de IVº medio.
¡Qué cosa tan extraña es la naturaleza! Sembramos semillas en el almácigo y esperamos pacientemente. Luego las raíces descienden en la tierra, mientras que la plantita sube, crece, elevándose hacia el cielo.


Se dan como dos movimientos: uno hacia abajo y otro hacia arriba; cuanto más abajo las raíces, tanto más arriba la planta. ¡Y nadie sabe cómo y por qué!
Para que una planta crezca bien tiene que ser así: raíces hacia abajo, tronco y ramas hacia arriba. También la naturaleza del hombre debe ser así. Nosotros somos así; ustedes alumnos de IVº medio son así.


Ojalá que la semilla sembrada en este colegio hace doce años haya echado raíces vigorosas y fuertes que ganen cada vez más terreno en la profundidad de su corazón. Para que la planta - el tronco y los ramos, lo que ustedes serán después en la vida - pueda crecer hacia arriba, sea hermosa a la vista de todos y con abundantes frutos para la sociedad, el país y la iglesia.
Ustedes echaron sus raíces aquí en este colegio, la planta seguirá creciendo allá afuera. Pero lo que les ayudará a vivir mejor son las raíces desarrolladas en la familia y en el colegio.
¿Se dan cuenta que las cosas más importantes para crecer bien como personas las han aprendido en 1º básico? Y no me refiero sólo al leer, escribir, calcular. Hay otras fundamentales que han sido sembradas en 1º básico. Voy a recordar algunas:

1. Compartirlo todo
2. No pegar a nadie
3. No hacer trampas
4. Rezar con el corazón
5. Cantar a voz en cuello
6. Escuchar atentamente
7. Ser laborioso siempre
8. Hacerlo siempre bien
9. Decir “lo siento”
10. Poner en orden
11. Limpiar donde has ensuciado
12. Lavarte las manos antes de comer
13. Cerrar la llave del agua y apagar la luz
14. Ser puntual
15. Estar siempre cerca de los compañeros (agarrarse de la mano)
16. Saber maravillarse

No olviden que las primeras cosas aprendidas son las más importante de de la vida. Porque esconden las actitudes fundamentales para la vida… Cada una de esas cosas que acabo de mencionar, aprendidas en los primeros años de colegio (y en la familia), han sido como semillas para profundas raíces que permiten ahora y en futuro ver una hermosa planta.


Incluso para construir un Chile más justo y equitativo resulta esencial aquello que han aprendido en los primeros año de básica. Por ejemplo, ¿qué les parece si tuviésemos un Gobierno que se empeñase a poner en orden de verdad aquellos que está desarreglado? ¿O que se dedicase a escuchar atentamente a la gente? Un buen Gobierno debería dedicarse, por ejemplo, a limpiar donde ha ensuciado, a promover el compartir entre todos, a decir lo siento …


Ustedes están llamados a construir un Chile mejor, más justo y equitativo. No olviden, entonces, ahondar bien las raíces en su corazón, aquellas que les enseñaron en 1º básico. ¡Basta con eso! Lo que han aprendido en IVº medio les servirá para la universidad, pero lo que aprendieron en los primeros años, les servirá para la vida. Y, por último: no sean fotocopia de lo que encuentran afuera. ¡Hay demasiadas copias malas por ahí! Y cuando estén afuera en el mundo, recuerden de estar siempre cerca de los compañeros… agarrados de la mano como en 1º básico.


p. Franco Zago Da Re, rector