miércoles, 2 de mayo de 2012

"Escuchando se dialoga, dialogando se construye"

ESCUCHAR DIALOGAR CONSTRUIR

«Al oírse el ruido [del viento impetuoso], se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: «…¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua materna?» (Hechos de los Apóstoles 2,6-8).

El relato bíblico de Pentecostés - el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles - nos sirve de pórtico para introducir el lema de este año escolar: “Escuchando se dialoga, dialogando se construye”.

En el evento bíblico la gente no sólo oyó, sino que también logró entender lo que los apóstoles estaban anunciando; es decir, la gente escuchó lo que se les comunicaba, porque comprendieron el mensaje. Y ello, no sólo porque el idioma le resultaba familiar, sino porque aquellas gentes pusieron atención, querían realmente entender lo que se les estaba comunicando; hubo en ellos un empeño intencional para comprender.

“Escuchar” es mucho más que “oír”. Escuchar no es fácil, pues con frecuencia oímos, pero no escuchamos, porque percibimos y no comprendemos o no queremos comprender; o bien, no ponemos una atención y un empeño intencionales para enterarnos de lo que se nos dice.

Cuando uno escucha de verdad, también dialoga, porque de alguna manera devuelve al otro lo que piensa haber recibido, expresándole a la vez su opinión: su acuerdo o desacuerdo; o simplemente su punto de vista distinto; y no hacen falta palabras para ello, basta tan sólo un gesto, una expresión del rostro, unos ojos abiertos…

Por lo tanto, sólo escuchando de verdad, se puede “dialogar”, de lo contrario nos limitamos a puros monólogos: es decir, repetimos nuestras propias ideas, sin preocuparnos que el otro nos entienda, sin tener en cuenta su punto de vista o sus necesidades; o bien al revés, oímos pero no nos preocupa entender lo que el otro nos manifiesta, porque nuestra mente está tan llena de nuestros propios pensamientos que no hay espacio para recibir el mensaje que otros nos quieren transmitir.

Sin embargo, el diálogo no sólo es el mejor instrumento para resolver conflictos, sino que también es capaz de cambiar a las personas, las hace mejores, las hace crecer, les amplía los horizontes, las compromete para un cambio de actitudes y comportamientos. El resultado de un buen diálogo es un pensamiento más elaborado y más rico de matices, lo cual facilita experiencias atrayentes, abre caminos nuevos y, sobre todo, genera pasiones para realizar juntos algo interesante. Esto es “construir”.

En el evento de Pentecostés, aquellos que escucharon con mente abierta cuanto los apóstoles les decían, al final les preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer?» (2,37). De esta inquietud, surgida de la escucha y del diálogo, empezó su caminar la Iglesia de Cristo. Aquellas personas de hace 2000 años lograron poner los cimientos de la “construcción” más sólida de todos los tiempos; la que, humanamente hablando, resulta ser la más duradera de la historia; y la que, desde la fe, sabemos que jamás se destruirá.

En fin, aprender a escucharse es la clave que pone en marcha un productivo proceso que lleva a construir juntos algo grande. Ni un país ni una familia ni una escuela pueden ser construidos por uno solo. Se necesitan varios, muchos y, a veces, todos. El esfuerzo de éstos, capaces de dialogar abiertamente entre sí, logra construir el bien común ansiado tanto en las familias como en la escuela, y mucho más en el país.




p. Franco, marzo de 2012