CRECER EN LA FE
Quién tiene guaguas sabe que los pediatras
tienen tablas para calcular si su bebé está creciendo bien, de manera regular,
si su peso corresponde a los meses y años de vida, etc. Obviamente San Pablo no
tenía tablas de medición para evaluar el crecimiento en la fe, cuando escribía
a los cristianos de Corinto, quejándose por verse «obligado a nutrirlos todavía
con leche, porque son gente inmadura». En su opinión, los discípulos de aquella
ciudad de Grecia no habían crecido en la fe, se habían quedado demasiado
pequeños, eran como niños que todavía no se habían destetado.
Los creyentes en Cristo estamos todos
llamados a crecer, exactamente como crece un niño, «hasta conseguir la madurez
- dice el mismo San Pablo - conforme a la plenitud de Cristo». Cualquiera que
se considere discípulo de Jesús no puede quedarse estancado en su vida
espiritual, con una fe propia de la etapa infantil o, quizás, de la época de la
primera comunión.
El año de la fe, que estamos celebrando, ha
sido promovido en la Iglesia para reflexionar sobre la calidad de nuestra
adhesión al Señor y poder crecer en ella.
Algunas religiones dicen claramente a sus
fieles qué esperan de ellos. Por ejemplo, los budistas proponen etapas o
niveles diferentes de meditación, los judíos hablan de las cuatro piedras, los
musulmanes de los cinco pilares que cada fiel debe cumplir en su vida... Y
nosotros, los que hemos acogido la Buena Noticia de Jesús, ¿qué tenemos? ¿Cómo
podemos crecer en la fe? ¿Cómo la alimentamos?
Lamentablemente los cristianos tenemos a
menudo la costumbre de conformarnos con lo mínimo, e incluso nos sentimos bien
sin él. Son muchos los que se declaran creyentes, católicos romanos, etc., sin
ningún compromiso religioso ni para con Dios, ni consigo mismo, ni para con los
demás. Cuando en el 1941 San Alberto Hurtado publicó su reflexión "¿Es
Chile un País Católico?" remeció conciencias e incomodó a muchos con su
denuncia. Quizás haría falta ahora otro remezón para provocar a nuestra
juventud... y también a los no tan jóvenes.
Desde luego, no puedo dejar de mencionar la
actitud de apertura que Jesús tuvo para con todos, buenos y malos, fervientes y
alejados de la religión, incluso con los más empedernidos pecadores. Jamás
rechazó a nadie que se acercara a él con corazón sincero. El Evangelio recuerda
esa actitud con una frase emblemática del profeta Isaías que Jesús hizo propia:
«no quebrará la caña cascada, no apagará el pabilo humeante…». La caña cascada
y el pábilo o mecha humeante representan toda clase de miserias humanas. Dios
no terminará de romper la caña quebrada, que no sirve para nada, ni apagará la
mecha carbonizada de una lámpara de aceite que no ilumina, y emite sólo humo nauseabundo. Al contrario, se
inclina sobre ella y le da la fortaleza y la vida que le faltan. Ésta es la
actitud de Jesús ante los hombres. Su comprensión y misericordia por los
débiles, los mediocres, los fríos, los pecadores, los lejanos, los apáticos, los
materialistas, los hastiados, los enojados con Dios, etc., si por un lado nos
señalan el camino a seguir para llevar a nuestros amigos hasta Él, por otra nos
comprometen a hacer crecer nuestra propia fe y no dejarla cristalizada en la
inmadurez. Su acogida y perdón nos empujan a responderle con mayor empeño.
Justo por eso querría este mes vez presentar
unas indicaciones concretas para crecer espiritualmente, por no quedarnos con
la fe mágica - ¡por cierto muy válida a esa edad! - propia de los niños.
1.- El primer alimento que necesitamos a
diario es la oración. Porque la oración cotidiana nos abre a aquella otra
dimensión que es la presencia de Dios en nuestro mundo y en nuestra vida. La
oración es, por así decirlo, el ojo a través del cual vemos a Dios, el oído a
través del cual escuchamos su voz, la puerta que nos conduce a su corazón.
Alabar, adorar, agradecer, suplicar, rogar, pedir, preguntar, quejarse,
protestar, etc. son todas maneras de tener presente a Dios en nuestra vida.
2.- Pero la oración misma debe ser
retroalimentada por la Palabra y fortalecida por los Sacramentos. La lectura y
la escucha de la Sagrada Escritura y la participación a los Sacramentos
encuentran su momento cumbre de la vida cristiana en la Misa dominical; una
práctica de vida cristiana que necesita compromiso y autodisciplina. Asumiendo
el hábito de la Eucaristía semanal, emprendemos el camino de crecimiento en la
fe, tanto individual como familiar.
3.- Hay una tercera cosa esencial para la fe
en el Dios de Jesucristo: las obras. Ya que el cristianismo es ante todo un
modo de vida, un modo de estar en el mundo y no un sistema de doctrinas, el
obrar es fundamental. Pero, ¿qué obrar? Nos viene en ayuda el apóstol Santiago
en su carta a los primeros cristianos: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos,
decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué
sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el
alimento necesario, les dice: "Vayan en paz, caliéntense y coman", y
no les da lo que necesitan para su cuerpo?». La fe sin compromiso con los
necesitados es una fe muerta.
En
las celebraciones de inicio del mes de la solidaridad, a los alumnos y
profesores de los tres ciclos traté de explicarles esta idea con una imagen
plástica, en la que les mostraba la importancia de abrir el corazón, porque un
corazón cerrado no puede amar a Dios ni a nadie; recorté en el corazón de
cartulina dos puertas; pero - ¡y aquí estuvo la sorpresa! - un corazón abierto,
"con puertas", se transforma en una paloma "con alas" (las
puertas abiertas en un corazón doblado por la mitad se parecen a alas). Nos
hacen faltan dos alas para volar en la vida espiritual, y éstas son
precisamente la oración y las obras. ¡Estamos llamados a ser águilas o cóndores
que vuelan muy alto en la vida y no pingüinos que andan torpemente!
p. Franco, mayo de
2013