DÍA DE LA MADRE
El segundo domingo de mayo es el día de la madre. Me dispongo a escribir
esta reflexión, pensando en mi madre y tantas otras mamás que he conocido a lo
largo de mi vida en varios países del mundo; y, ¿cómo no?, en las mamás de
nuestros alumnos y en nuestras profesoras que son mamás.
A los hijos se nos llena el corazón de sentimiento cuando pensamos en ella.
Es lo mínimo que podemos sentir, pequeños y grandes; los que todavía tienen la
dicha de estar con ella cara a cara o de hablarle por teléfono, y aquellos que
la tienen solamente en su corazón. ¡Jamás ha de faltar la gratitud hacia ella!
Gratitud hecha de gestos concretos, aunque no haya sido la mejor de las madres.
Con todo, puesto que somos hijos (¡todo el mundo es hijo!), intento fabular
en nombre de todos los hijos sobre la mamá desde lo que uno es ahora:
¿Qué puedo decir de mi mamá? ¡Mi mamá es perfecta! Lo es porque está
presente, aunque físicamente no siempre. Es perfecta porque la siento cercana.
Es la figura de referencia, la persona en quien sé que puedo contar siempre,
porque un minuto para dedicarme lo tiene siempre. Aunque ella esté trabajando o
en la peluquería o haya ido corriendo donde los abuelos que la llamaron; o
saliendo del trabajo, ha pasado por el supermercado donde se encontró con su
amiga… ella siempre me contesta cuando la llamo; me contesta y a veces me dice
solamente: -‘Te llamo enseguida’; y un minuto después me llama.
Para mí la perfección de las madres está en su capacidad de infundir en los
hijos un tipo de tranquilidad de fondo precisamente por su disponibilidad a
toda prueba. Tengo conciencia de que puedo contar con ella en cualquier minuto.
Y esta conciencia la he asimilado desde pequeño. Poco importa que hoy mi madre
no esté cerca: cuando he tenido verdadera necesidad, ella lo ha estado siempre.
¿Hay algo más bonito que sentirse especial para alguien? Es la sensación
más bonita del mundo. Se llama amor. Yo he sido especial para mi mamá. Me ha
hecho sentir especial. Por eso mi mamá es perfecta. Sin embargo, no me ha
dilatado el ego, ni me ha crecido como un narciso, pero sí me ha hecho sentir
único. Único, pero normal como todos los demás amigos, primos y compañeros de
escuela. Al fin y al cabo también la normalidad es un talento.
Cuántas personas - pienso yo - vivirían una vida más feliz si alguien -
mamá y papá - les hubiera dicho de manera directa o con gestos concretos y
conscientes: ¡Eres especial para mí! No eres el mejor, pero te quiero por todo
lo que eres. Creo que en ese ‘todo’ está encerrada la grandeza del ánimo humano
de una mamá.
Un refrán indiano, que muchos conocen, dice que los padres tienen que
ocuparse de darles a sus hijos dos cosas:
las raíces y las alas. Y las raíces más sólidas son aquellas de quien se
siente o se ha sentido especial. No especial por encima de todos los demás,
pero especial con todas las imperfecciones.
Hoy en día ser una buena madre, una mamá perfecta, no es fácil. Porque lamentablemente
esto lo deciden los demás. Son los demás quienes juzgan si una mamá es una
buena mamá o no lo es. Son los demás - ¡los que se lo saben todo! - que saben
lo que hay que hacer y lo que no se debe hacer, lo que hay que decir y lo que
no se debe decir a los hijos. ¡Cuántas veces se han visto por ahí grupitos que
se fijan en una mamá con miradas de desaprobación o sonrisitas irónicas. A
veces se logra escuchar frasecitas que susurran: ¡Pobre hijo! ¡Con una madre
así…! Y la frase no se concluye, pero en esos puntos está dicho todo,
demasiado.
Es que a una mujer se puede herir de muchas maneras. Y cuando es mamá, aún
es más fácil. Basta generar en ella un poco de sentido de culpa: porque trabaja
demasiado y llega tarde a casa; porque no trabaja y le absorben demasiado los
menesteres del hogar (como si ser dueña de casa no fuera un trabajo); porque va
al gimnasio y se reúne con las amigas; porque le compra al hijo(a) comida
chatarra o no le da un helado cuando se lo pide; porque no lo(a) manda al colegio
limpiecito(a) y bien peinado(a); porque le produce ansiedad al gritarle; porque
es propensa a darle satisfacción inmediata y no lo(a) educa a la tolerancia a
la frustración; porque tiene poca paciencia y vive estresada; porque llena
todos los espacios del hijo(a) con cosas no necesarias y le copa todo el
tiempo; porque no le exige esfuerzos y renuncias; porque es light y deja que
el(la) niño(a) haga lo que quiera; porque es demasiado protectora; porque se
preocupa demasiado de cosas materiales y olvida lo más importante… Y muchas
cosas más…
Quizás también mi mamá tenía algunos de estos defectos. Quizás mi mamá no
ha sido tan perfecta como los especialistas dicen que debiera ser una mamá.
Entonces mi mamá es una mamá imperfecta. Quizás no ha sido la mejor de las
mamás. ¡Pero es mi mamá! Y la amo.
Y tengo el corazón lleno de gratitud: porque la siento
cercana, porque me hecho sentir especial y único; y sobre todo, porque me ha
dado, junto con la vida, el regalo más grande: me ha enseñado la fe en Dios y
me ha iniciado en la vida espiritual. ¡Por eso, no obstante lo que digan los
demás, sigo pensando que mi mamá es perfecta!. ¿Acaso no es así también para
ustedes?
p. Franco, mayo de
2013