martes, 14 de diciembre de 2010

CONSTRUIR UNA MESA PARA CHILE

El 3 de diciembre, por cuarto año consecutivo, alumnos, profesores, asistentes de la educación y un significativo número de apoderados hemos peregrinado al santuario de la Inmaculada Concepción del Cerro San Cristóbal, como conclusión del mes de María. Una larga y alegre caminata que, gracias Dios, se desarrolló como siempre sin accidentes. Obviamente, mientras caminamos, no falta en nosotros, los adultos, un poco de aprensión, porque no es empresa fácil cuidar a tantos alumnos por veredas, cruces de calles, carretera de subida y sendero de bajada. Pero constatamos que ya se ha consolidado la tradición con un formato bien planificado y articulado, que cada año va mejorando sus resultados.

Es bueno destacar aquí, en Murialdino, la colaboración de numerosos alumnos. Ante todo, un grupo de 3º medio que se encargó de cuidar a los compañeritos del primer ciclo, desde plaza Tupahue al Cerro, manteniéndolos dentro de la cinta protectora; lo hicieron con sentido de responsabilidad, mucho ojo avizor y trato cariñoso. No puedo dejar de mencionar a las excelentes actuaciones del coro del colegio, de las niñas del grupo de danza, del grupito que nos encandiló al final con la representación cantada de “La casita de Nazaret”. Y como siempre, no faltó el entusiasmo del grupo de pastoral, siempre muy proactivo y dispuesto a colaborar en lo que sea.

Después de este debido reconocimiento, quiero llevar la reflexión sobre la dinámica o gesto simbólico que realizamos al final, en el santuario al aire libre. Entre cantos, oraciones a la Virgen, ofrendas florales de los niños de la primera comunión y de los jóvenes que se confirmaron en noviembre pasado, quisimos poner un gesto que fuese un poco la síntesis del camino hecho en año del Bicentenario. En realidad todos los años tratamos de realizar algo simbólico como expresión de oración, de participación y de compromiso de toda la comunidad educativa. Esta vez tomamos inspiración del lema del año: “Por ser la Patria una misión, formamos honrados ciudadanos y buenos cristianos”; y quisimos compaginarlo con el lema de la Iglesia de Chile para el Bicentenario: “Chile, una mesa para todos”.

Pero antes de presentar el símbolo elegido, quiero recordar algo relacionado con nuestra visión educativa que lo enmarca: el Liceo, en cuanto escuela católica, propone la fe no solamente como adhesión a una doctrina y moral cristianas y a unos valores con fundamento evangélico; no solamente como oración personal y comunitaria, como vivencia en pequeñas comunidades o grupos, como celebración participativa involucrando a las familias, como preparación a la vida sacramental, etc. La fe cristiana se expresa también haciéndose historia, solemos decir; o sea, participando en la mejora de la comunidad, porque creer es comprometerse, es hacer visibles los signos de la presencia de Dios en nuestros ambientes. Es que en el fondo el Liceo Murialdo pretende ser una escuela de ciudadanía responsable, porque justamente la Patria debe ser siempre para todo murialdino una misión. Por eso, en el año del Bicentenario, el compromiso lo hemos cifrado en crecer como honrados ciudadanos y buenos cristianos.

Por este motivo queríamos expresar en un acto simbólico el compromiso del año del Bicentenario. Lo hicimos ensamblando o construyendo una mesa, la MESA DE CHILE, alrededor de la cual han de caber todos los ciudadanos, empezando por los más desfavorecidos. Y así lo hicimos, gracias también a la habilidad de nuestros excelentes maestros de mantención. La construcción se desarrolló en sucesivas escenas, con una performance que atrajo la atención incluso de los turistas que estaban en el cerro:

~ Primero salieron cuatro jóvenes con sus cascos de construcción, quienes posicionaron las cuatro patas de la mesa frente al altar (¡las 4 patas, nada más!); cada una representa un pilar sobre el cual ha de levantarse una nación para que sea de verdad Patria para todos: la UNIDAD entre todos, la que da la consistencia y cohesión a un País. Pero no hay verdadera unidad sin SOLIDARIDAD auténtica y efectiva, especialmente con los más desfavorecidos. Luego está la RESPONSABILIDAD SOCIAL, la que nos impulsa a mirar por encima de todo al bien común. Pero, éste valor apela necesariamente a conseguir en nuestra nación mayor DIGNIDAD EN EL TRABAJO, tal como hemos podido comprobar este año.

~ Sobre la cuatro patas, otros dos jóvenes colocaron la TABLA DE LA MESA, alrededor de la cual nos imaginamos que tenían que estar, codo a codo, todos los que viven en esta tierra, desde los pueblos originarios hasta los inmigrantes recién llegados.

~ Pero la mesa necesitaba una identificación más evidente; por eso otros dos jóvenes colocaron en el frontis el MAPA DE CHILE.

~ A este punto, preguntamos qué es lo que da verdadera cohesión a una mesa que se va ensamblando pieza por pieza. Un carpintero nos diría: ¡pegamento y tornillos! O sea, algo que en una mesa bien hecha nunca se ve, pero que está. Lo que mantiene firme y parado a un pueblo es precisamente algo parecido: la ESPIRITUALIDAD. Es el elemento invisible que da estabilidad. Cuando a un pueblo le falta la dimensión espiritual, podemos decir con certeza que no tiene alma. Para simbolizar esto, salieron cuatro niñas, vestidas de angelitos, rodearon la mesa inestable todavía y, con sus llaves de oro, le dieron la seguridad necesaria apretando los tornillos.

~ Faltaba un mantel para embellecer la mesa. Y nuestro mantel bonito no podía que ser la BANDERA, donde estampamos la imagen de NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN, traída por otras alumnas.

~ En toda mesa de las familias chilenas nunca falta el PAN. Y llegó, al final, una hogaza enorme, que bendijimos y repartimos entre los presidente delegados de curso. Y a quienes les cupo un trocito, les supo sabrosísimo, porque la subida les abrió a todos el apetito.

p. Franco Zago, rector

lunes, 15 de noviembre de 2010

FAMILIA Y ESCUELA, UN ECOSISTEMA PREVENTIVO

Por ser la Patria una misión, formamos honrados ciudadanos y buenos cristianos

FAMILIA Y ESCUELA, UN ECOSISTEMA PREVENTIVO

En 2008 fui invitado a visitar la mina “El Teniente”. ¡Experiencia fascinante! Pude conocer todo el proceso de extracción, desde la colocación de la dinamita y sucesiva detonación hasta la salida del mineral de los túneles. Allí conocí al señor Manuel González, quien, por ser esposo de la directora del colegio josefino de Requinoa, me facilitó la entrada. A don Manuel lo hemos visto varias veces en TV a mediados de octubre; fue el primer rescatista que bajó a la mina San José y el último en salir. Aquella visita especial a El Teniente estaba programada para los familiares de los trabajadores (yo fui invitado por pituteo) con el fin de que conocieran directamente el ambiente en que se realizaba la pega del esposo o del hijo o pariente próximo minero. Además de lo interesante que fue la visita, lo que me llamó la atención fue una de las ideas que repetían los guías y relatores: cuanto más fuertes y frecuentes son los lazos entre familia y mina, tanto mayor será la seguridad preventiva para los mineros. Por este motivo la dirección de Codelco había desarrollado un plan de visitas exclusivo, completo y pormenorizado para los familiares de los trabajadores. Me impresionó ese concepto, lo encontré tan insólito para una actividad semejante, que le di vuelta en mi cabeza. Al inicio no encontraba relación en la ecuación: mejores lazos = mayor seguridad preventiva. Me venía a la mente nuestro tradicional planteamiento pedagógico, que llamamos “método preventivo”. ¿Qué tiene que ver la prevención (de accidentes) en una mina con el mayor acercamiento de la familia al ambiente de trabajo del esposo o del hijo? Al final logré intuir la conexión y descubrí cómo el propósito era el mismo que aplicamos en nuestros establecimientos educativos: fomentar la conexión entre familia y ambiente de trabajo o de educación tiene como fin lograr mayor prevención ante riesgos y, por ende, mejores resultados, que en nuestro caso serían educativos; en efecto, también en educación podemos realizar mediante una buena cooperación entre profesores y padres una acción preventiva tanto en la formación de hábitos y comportamientos como en los aprendizajes.

No son conceptos nuevos, porque desde siempre se ha insistido en la interdependencia entre familia y escuela; especialmente en estos momentos en que la necesidad de unas relaciones más sistemáticas y continuas se imponen, en consideración de los problemas a los que están expuestos nuestros niños y jóvenes. Dando un rápido vistazo a los lugares de proveniencia de nuestros alumnos y/o a las situaciones que se crean, incluso, en las mejores familias, no es de menor importancia tomar en consideración las posibles influencias negativas o peligrosas sobre el niño o el joven; así como aquellas consecuencias inesperadas que pueden alcanzarlos por encontrarse solos en casa durante varias horas, por usar sin límites alguno internet o el celular, por salir a la calle sin avisar a los padres, por frecuentar “amigos” que los padres conocen superficialmente.

He notado que en las relaciones profesores-padres, familia-escuela, se da a veces una dificultad de conceptos. Para enfocar bien un tema de conversación, es de suma importancia conocer desde el principio la manera en la cual un “problema” determinado viene definido por unos y por otros. Es que damos por supuesto que todo el mundo perciba y defina un hecho conductual o un problema de aprendizaje de la misma manera, lo cual en muchos casos se revela como error que arrastra malentendidos y disonancias entre escuela y familia. No es una pérdida de tiempo, por tanto, iniciar una conversación con la pregunta: ¿qué entiende usted por X cosa? ¿Qué opinión le merece a usted este comportamiento X?

Cuando hablo de problemas o conductas me refiero no solamente a los que se perciben en el ambiente escolar y que son comunicados a las familias, sino también a aquellos que los padres notan en casa, en el seno de su propio hogar o en el barrio. Con mucha frecuencia éstos influyen en el comportamiento escolar y, por ende, deberían ser objeto de conversación de la familia con la escuela con el objetivo de conseguir mayor “seguridad preventiva”.

Hay muchas modalidades para aunar criterios como preludio de una exitosa colaboración: la entrevista con el profesor o con alguien de la dirección, la comunicación por agenda escolar, las circulares, la escuela de padres, el contacto telefónico o vía e-mail, las asambleas de apoderados, etc. Pero, por encima de todos, en nuestro Liceo queremos enfatizar la entrevista con el profesor jefe y los encuentros de la escuela de padres.

Por último, en torno a estas relaciones quiero sugerir para la reflexión una visión que encuentro fructífera. Se trata de considerar estos espacios, familiar y escolar, como un “ecosistema” y no como sistemas autónomos. Pensar en términos de ámbitos distintos y separados (familia y escuela), aunque relacionados, y pensar los dos ámbitos en perspectiva ecológica no es lo mismo. En virtud de esta segunda perspectiva, el cambio en cualquier parte del ecosistema afecta las otras partes. Lo que sucede con un niño en la escuela puede y suele tener consecuencias en la familia y, a la inversa, las experiencias familiares influencian el rendimiento escolar. ¿Cómo no intuir que detrás de una conducta distráctil del niño en la sala de clase hay un problema familiar relevante? ¿O ante una actitud particularmente callada del hijo, que se prolonga en el tiempo, cómo no pensar en la posibilidad de un bullying en la escuela? Una más estrecha colaboración entre profesores y padres puede prevenir consecuencias negativas o reforzar conductas positivas. La perspectiva ecológica, por otra parte, debería ser ampliada a otros contextos, incluyendo la interrelación de ámbitos más allá de la familia y del colegio, como son el grupo de amigos, el barrio, la asociación deportiva o el grupo parroquial, etc.

En fin, se trata de trabajar en dirección de lograr una actitud cooperativa-colaborativa entre los involucrados, sobre la base de la confianza y de la transparencia recíprocas. Si me preocupa de verdad el bien de un hijo, trato de ser lo más sincero posible, evitando esconder aspectos que podrían iluminar mejor la situación del niño o del joven. Y todo ello en fuerza de aquel principio que escuché en mi visita a El Teniente: desarrollando unas francas y eficaces relaciones, se mejora la prevención.

p. Franco Zago, rector


jueves, 21 de octubre de 2010

HONRADOS CIUDADANOS PORQUE BUENOS CRISTIANOS

Por ser la Patria una misión, formamos honrados ciudadanos y buenos cristianos

HONRADOS CIUDADANOS PORQUE BUENOS CRISTIANOS

Hace días leía la síntesis de un estudio realizado últimamente en Gran Bretaña, que tiene que ver con la religiosidad y la vida espiritual de los jóvenes. Empiezo esta reflexión con el resumen de unos puntos que encontré interesantes.

Fundamentalmente el estudio revela que un nivel más alto de práctica religiosa puede afectar positivamente a la capacidad de un estudiante para lograr mejores resultados. Los alumnos que se involucran en actividades religiosas y que, por ende, están con más ocupaciones, curiosamente dedican más tiempo para hacer las tareas. Las familias que mantienen una práctica religiosa semanal - léase misa dominical - tienden a ser más cohesivas y estables y a esperar más de sus hijos y, por ende, a educarlos con mayor constancia y firmeza al sentido de la responsabilidad, la honestidad y la coherencia.

El documento identifica, además, algunas formas a través de las cuales la práctica religiosa ayuda a los jóvenes:

- Éstos interiorizan más fácilmente valores y normas y, por tanto, consiguen con mayor asiduidad logros.

- La referencia habitual a la religión fomenta altas expectativas personales en ellos, y los ayuda a evitar comportamientos sociales desviados.

- Normalmente los adolescentes que frecuentan la iglesia tienen más expectativas educativas para sí mismos.

- Cuando se involucran con otros compañeros en actividades o asociaciones religiosas, el grupo se anima a implicarse académicamente y tiende a estar mejor orientado en la vida.

- Aquellos jóvenes que asisten semanalmente a las funciones religiosas (misa dominical) tienen menos probabilidad de llegar a consumar drogas o alcohol, o a mezclarse en comportamientos delictivos.

- La asistencia religiosa potencia también habilidades sociales por las periódicas interactuaciones que ofrece la comunidad.

- La ventaja para los jóvenes con asistencia religiosa semanal, en comparación con sus compañeros que no asisten al culto, es equivalente en general a la ventaja que proporciona unos padres con estudios superiores terminados.

Pienso que el estudio no revela ideas tan novedosas y sorprendentes; más bien presenta unos escenarios que varios, al menos, conocíamos desde siempre. Lo que sí llama la atención es que estos datos vengan confirmados por las ciencias sociales y que procedan de la laica y secularizada Europa.

Sabemos que la fe religiosa proporciona a la gente un sentido de propósito y de significado a sus vidas y a sus relaciones, por lo que les ayuda a afrontar las tensiones que se producen hasta en las mejores familias.

Las familias, que están insertas en grupos religiosos y/o en comunidades parroquiales, normalmente promueven en los hijos la vida espiritual y, al mismo tiempo, comportamientos éticos positivos, en particular el sentido de la caridad y del perdón. Todo ello ayuda a definir una conducta apropiada en la misma pareja, y les anima a tratar los conflictos de manera constructiva. Y esto, desde luego, redunda en beneficio de los hijos. Estas familias no son perfectas, pues tienen sus defectos e incoherencias. Pero tendrían mucho más fallas y contradicciones, junto posiblemente con la falta de un norte en la vida, si dejasen de repente la práctica religiosa.

La religión, vivida y practicada de manera constante, es causa también de un comportamiento cívico consecuente. La confrontación con la Palabra de Dios, leída individualmente o escuchada en la Eucaristía semanal, logra cambiar el comportamiento social, por lo que la persona se involucra más en las cuestiones civiles, participa activamente como ciudadano

y promueve cultura cívica a su alrededor. Al fin y al cabo, volvemos a la intuición educativa de San Leonardo Murialdo y demás grandes educadores, quienes se proponían como meta formar buenos cristianos y honrados ciudadanos. Si bien el binomio educativo es de por sí inseparable, en sus mentes siempre han creído que lo segundo es producto de lo primero. Dicho de otra manera: nuestra meta educativa - heredada del carisma de Murialdo e ilustrada este año a través del lema del Bicentenario - propone llegar a ser honrados ciudadanos porque se es buenos cristianos. Una afirmación que nos hace comprender la importancia de la educación integral, por lo que los comportamientos externos y sociales no pueden separarse de su fuente más genuina, que son los elementos interiores y espirituales.

Quiero expresar esta idea con una imagen tomada de una receta italiana. Hay una crema gustosísima - sabayón la llaman en el País vecino - que se hace a base de mezclar con fuerza yema de huevo con azúcar, añadiendo continuamente un hilo de vino dulce. Mezclar con vigor y constancia huevo y azúcar es tarea pesada; además, uno, por cuantos cuidados tenga, no deja de ensuciarse. Lo mismo sucede en la educación verdadera: la lograremos cuando de partida no tenemos miedo de ‘ensuciarnos’; pero sobre todo, cuando no nos dejamos vencer por el cansancio en el cotidiano trabajo de combinar lo académico con valores y actitudes, y sobre todo un hilo ininterrumpido de espiritualidad. La educación integral, cuando al cabo de los años se atisban ciertos resultados, es de verdad como esta crema que gusta a todos sólo cuando esté del todo emulsionada y se deje reposar un tiempo.

p. Franco Zago

martes, 7 de septiembre de 2010

LA IGLESIA CATÓLICA Y EL BICENTENARIO


Hace un par de semanas hemos apreciado la bonita exposición

La presencia de la Iglesia en la vida de Chile”.

Los alumnos, guiados por el departamento de Pastoral, han buscado y explorado en la historia pasada y reciente del País, una serie escogida de eventos, personajes, santos y religiosidad popular, que de alguna manera ha contribuido a la edificación espiritual del alma de nuestra nación. Luego, los alumnos han tratado de expresar y plasmar lo más significativo en varias formas de representación. Las mejores realizaciones de este trabajo, según la edad y capacidad de cada equipo, han sido puestas en exposición en la capilla del colegio para que todo el mundo pudiese apreciarlas y, al mismo tiempo, tuviese la oportunidad de percibirlas como factor de construcción social de la identidad nacional. En el fondo fue éste el objetivo que el departamento de Pastoral se propuso para implementar esta actividad en el año del Bicentenario.

Precisamente este año en que se habla por todos los medios de nacimiento de la nación, de símbolos patrios, de historia y cultura chilena, de próceres y hombres ilustres, de eventos históricos fundantes, casi casi nos olvidamos del aporte de la religión y de la Iglesia a ello. Por eso en el departamento nos pareció que uno de los primeros servicios que debía rendir un colegio católico a los alumnos y apoderados, era justamente el de hacer presente el hecho de que no se podía entender plenamente la identidad nacional sin una mirada a la presencia de la Iglesia en la vida de Chile.

Quizás vivimos tiempos en que no resulta políticamente correcto hablar de religión y de Iglesia; menos todavía este año, en que los pecados y los delitos de algunos eclesiásticos han oscurecido y entristecido a nuestra Iglesia y han suscitado no pocos interrogantes en los cristianos de a pie. En consecuencia, por un motivo o por otro, se busca evitar hablar de religión, especialmente de su proyección pública.

Hay quien piensa que la identidad religiosa es algo perteneciente a la esfera privada de cada individuo e, incluso, puede ser una amenaza para la convivencia y las libertades.

Es evidente que existe una intransigencia religiosa, que se muestra claramente incompatible con planteamientos democráticos. Pero esta postura de algunos no nos debe hacer pasar por alto la importancia de la religión. Es aún una de las formas de identidad cultural más potente en todo el mundo, una de las más capaces de movilizar a las sociedades. Sólo por ello, merece que le prestemos atención. En particular, aquí en Chile constituye una evidencia el hecho de que la religión católica con sus expresiones es una de las claves para interpretar la chilenidad.

Los escándalos, los errores y, eventualmente, algunas posiciones intransigentes en la Iglesia no tendrían que ser obstáculo para valorar el papel positivo de la tradición religiosa en la cohesión social, así como la posibilidad de ser todavía un verdadero agente de cambio social.

Cultura y religión, además, no son realidades aisladas e independientes. En toda sociedad humana se da una interrelación entre elementos culturales y religiosos. Por ello, podemos decir que la religión y la iglesia católica son fenómenos socioculturales. Todas las culturas poseen unos comportamientos religiosos, que son como el alma de cada una de ellas. El hecho religioso es algo que incumbe a todos los miembros de una comunidad nacional, independientemente que sean creyentes o no. Y esto es así porque la religión forma parte de la cultura y la civilización, siendo la religiosidad algo inherente a las formas de pensamiento y a los comportamientos y prácticas del ser humano.

La religión es un fenómeno cultural que proporciona a los habitantes de una región, como Latinoamérica, unas pautas mentales, unos valores, unas actitudes y unos comportamientos; es un hecho social que surge como exteriorización del proceso mental, vital, colectivo del grupo humano que recibió en la historia la influencia de la religión católica. En este sentido podemos decir que la tradición religiosa forma parte de la estructura social que una nación va creando. Desde esta perspectiva, la religión se tiene que entender como construcción social, y de ahí su trascendencia pública, no sólo interior o de conciencia.

Por otra parte, hemos de reconocer que la Iglesia pone a disposición, a través del Evangelio, verdades y valores, pero no da respuestas concretas a cada problema que surge en una nación, problema tanto político como económico y social.

Volviendo nuestra mirada al Chile de hoy en día, encontramos en sus ciudadanos un espesor de religiosidad de profunda raigambre, que difícilmente se podrá borrar, aunque todo el mundo quisiera de propósito olvidarse de ello.

Me pregunto si los chilenos serían los mismos si de repente quitásemos de su mente y corazón la devoción a la Virgen del Carmen. ¿Seríamos capaces de interpretar y comprender la identidad nacional sin un p. Hurtado, sin el aporte de la Vicaría de la Solidaridad del período del cardenal Silva Enríquez?

Toda identidad nacional esconde en su interior un alma. Es responsabilidad de los educadores, de los intelectuales y de los adultos en general, hacer conscientes a las nuevas generaciones de que hay en lo profundo del chileno una dimensión espiritual que proviene de la Iglesia Católica.

martes, 3 de agosto de 2010

A propósito del Semáforo



Tengo ante mi el Mapa-Semáforo de la Municipalidad de Recoleta, que el Ministerio quiso entregar a los Padres y Apoderados para informarles sobre los resultados SIMCE 2009 en los colegios. Estos son clasificados en tres colores – verde, amarillo y rojo – según si el puntaje promedio esta

respectivamente por encima o por debajo del promedio nacional. El mapa lleva en el anverso una carta con firmas del Presidente y del Ministro de Educación.

¡Qué tristeza!

¿Cómo se sentirán papás y mamás de aquellos alumnos, cuyo colegio tiene el semáforo rojo? ¿qué podrán hacer? Si tienen tan sólo un poquito de interés para que sus hijos reciban una mejor formación académica, ¿qué posibilidades reales van a tener el próximo año? ¿y cómo responderá el Ministerio las Municipalidades ante los reclamos de los padres?

Desde luego, en estos momentos lo que menos me importa es constatar una vez más que nuestro Liceo tiene buenos resultados y que está evaluado con semáforo verde. En todo caso me preocuparía si llegasen muchos más postulantes para nuestro colegio, porque nos produciría mayor stress en el trabajo de selección o porque siempre es duro contestar a un papá o una mamá que suplica que su hijo(a) sea admitido(a), que no tenemos vacantes.

Me preocupa también una afirmación de la carta que acompaña el Mapa-Semáforo, que en el contexto de la publicación de los resultados SIMCE, cobra un sesgo reduccionista: “…una buena educación significa mayor progreso, abrir puertas y mejores oportunidades. En síntesis: una vida más plena y feliz para sus hijos ¡Es una ecuación inaceptable¡ ¿Cómo se puede reducir el concepto de vida plena y feliz a mejores resultados del SIMCE? ¿acaso la felicidad y la vida plena las pueden tener sólo auqellos que van mejor en sus estudios y que tienen mejores oportunidades? Si fuera asi, entonces deberíamos concluir que la mayor parte de los alumnos de los colegios con semáforo rojo tendrá una vida insatisfactoria e infeliz. No solo se trata de una perspectiva erronea, sino también sumamente peligrosa, por considerar los resultados académicos de las pruebas externas como el factor de predictibilidad de “una vida más plena y feliz”.

Nosotros no queremos que nuestro colegio sea elegido o preferido principalmente por sus resultados académicos o por ser bastante barato en comparación a lo que ofrece; o por ambas cosas. Ciertamente nos empeñamos por superar el rendimiento escolar de todos y cada uno de nuestros alumnos, preocupándonos por los más rezagados. Analizaremos detenidamente los resultados del SIMCE para buscar donde canalizar nuestra atención y poner los remediales más adecuados. Nos preocuparemos cuando en una asignatura no tenemos buenos resultados. Pero cuando aspiramos que nuestro liceo sea apreciado, quisiéramos que lo fuera por algo más profundo y auténtico; por aquello que tiene que ver realmente con la felicidad de niños y jóvenes:

¾ Por la convivencia alegre y disciplinada

¾ Por las relaciones de confianza entre alumnos y profesores

¾ Por la atención personalizada que se intenta instaurar de parte de los profesores jefe con las entrevistas.

¾ Por las múltiples iniciativas solidarias, generadoras de sólidas actitudes para la vida;

¾ Por el continuo estímulo al trabajo bien hecho;

¾ Por ser un colegio inclusivo que no discrimina a quien no llega enseguida a los resultados esperados;

¾ Por el enfoque pedagógico que mira sobre todo a educar el corazón;

¾ Por toda la labor pastoral que se lleva a cabo de manera sistemática con alumnos y padres;

¾ Por la espiritualidad y los valores que diariamente tratamos de comunicar

¾ Porque queremos formar a buenos cristianos y honrados ciudadanos, es decir, queremos que nuestros alumnos, cuando salgan de 4º Medio sean jóvenes históricamente ubicados y cristianamente inspirados…

Este es el valor agregado que hace a un buen colegio; por ello, la prueba SIMCE, que dice medir la calidad de la educación, sólo mide un aspecto, importante si, pero no siuficiente para calificar a un colegio como bueno o malo o regular, con semáforo verde, rojo o amarillo…

p. Franco Zago, rector, Julio 2010

CIUDADANÍA


Los analistas sociales observan que los jóvenes están sometidos a presiones, ambientes e ideologías que dificultan el ejercicio de su ciudadanía, y cada vez hay menos espacios que escapan al dominio del mercado (consumismo), desde las relaciones personales al tiempo libre, la vida privada, la cultura, los sentimientos. Por lo tanto, no es tarea fácil para los que nos ocupamos de educación tratar de realizar el programa indicado por el lema de este año “Por ser la Patria una misión, formamos honrados ciudadanos y buenos cristianos”.

Hay que reconocer que San Leonardo Murialdo que ahora llamamos educación integral. Pero hay que reconocer también que ya entonces dicha meta constituía para sus colaboradores, religiosos y laicos, un campo de trabajo difícil y, al mismo tiempo, altamente desafiante. El clima social y los ambientes desde los cuales provenían los chicos de Murialdo, eran tales que hacía considerar bastante utópica su propuesta. Sin embargo, él y sus colaboradores, con la pedagogía del corazón, mediante la insistencia constante, casi cotidiana, de recordarles a los jóvenes los valores fundantes, de motivarlos al empeño, cuando propuso como meta para sus muchachos del colegio “Artesanitos” de Turín, que llegasen a ser “honrados ciudadanos y buenos cristianos”, tenía una lúcida visión de futuro, que lo anticipaba tanto en lo académico como en lo espiritual y en lo cívico de implementar aquellas iniciativas que despertasen su sensibilidad, lo consiguieron. No al 100 por ciento, porque también ellos tuvieron que rendirse ante los casos “imposibles” (Murialdo solía decir que “también la paciencia tiene un límite”), pero sí en un alto porcentaje.

Hoy vivimos casi la misma orfandad en valores y motivaciones. Por eso nosotros los adultos, padres, docentes y educadores, no podemos escatimar ningún esfuerzo ante el desafío de evitar que la juventud se convierta en tierra quemada, es decir, insensible a la “participación ciudadana y a la dimensión espiritual”.

Creo que es muy acertado también hoy, como para el tiempo de Murialdo, poner en el mismo plano estos dos ámbitos, porque son constitutivos de la condición humana. Más allá de cualquier propuesta pedagógica, quedará siempre actual y prioritaria la misión de encaminar a los niños y jóvenes hacia el mundo de la participación activa como ciudadanos honestos y como cristianos coherentes, para que no se queden solamente en la dimensión de chilenos por nacimiento y carnet sin más, y de cristianos únicamente de nombre y de partida de bautismo.

Reconocemos múltiples propuestas en el panorama actual de la educación, todas legítimas, cada una de ellas persiguiendo unos objetivos bien definidos, de mayor o menor altura; por mencionar algunas: la educación para la profesionalidad y el empleo que se convierte en la base de la productividad; la educación para la salud que mira a generar estilos saludables de vida; la educación para el consumo que promociona el ahorro; la educación vial que quiere conseguir una mayor seguridad en carretera, la educación para la solidaridad que promueve un mundo más fraterno, etc. Sin embargo, nuestra propuesta educativa no podemos considerarla una más entre tantas (como algún apoderado ha expresado últimamente); no sólo es “la nuestra”, sino que pensamos que ella las trasciende, tanto si la proponemos con la formulación dejada por Murialdo –formamos honrados ciudadanos y buenos cristianos- como en la que tratamos de traducir para nuestro colegio – formamos jóvenes históricamente ubicados y cristianamente inspirados -, porque su finalidad abarca el hombre completo; por eso mismo denominamos este tipo de educación con el calificativo de “integral”. Toda intervención coherente y toda iniciativa llevada a cabo en nuestro colegio están encaminadas a conseguir esa meta.

Hace unos 15 días vivimos el Machitún. No es sólo la expresión celebrativa más intensa del Liceo, Machitún es también una plataforma educativa donde los alumnos se ensayan en muchas y variadas actitudes fundamentales para la vida: la fraternidad transversal entre los cursos, donde el mayor protege y ayuda al pequeño y donde el pequeño puede ejercitarse en el sentido democrático, aportando su opinión en paridad de condiciones; el liderazgo responsable sin afán de protagonismo; la preparación y esfuerzo para lograr que todo salga de la mejor manera posible, corrigiendo los fallos que van surgiendo, hasta el detalle; la autodisciplina que modera los impulsos y los nerviosismos, que no cede ante el cansancio y que concentra las energías hacia la misma dirección; la sana competitividad entre las alianzas, que estimula los esfuerzos de autosuperación a más no poder; el trabajo en equipo, la distribución de tareas, la capacidad de organización, la colaboración, el sentido corporativo,, la alegría, el entusiasmo, y un largo etcétera. Pero, por encima de todo brilla, a mi juicio, la actitud común a todos: la “participación activa y responsable”, la que justamente prepara a ser ciudadanos activos y honrados.

En los próximos días el colegio se encenderá por la fiebre mundialista. Será un momento para crecer en el sentido de la patria, más allá de declararse hincha de uno u otro equipo. Una aspiración entonces: ojala que nuestros niños y jóvenes no se sientan chilenos sólo cuando los convoca la Roja, sino también cuando los llama la participación social y política.

p. Franco Marzo 2010

lunes, 8 de marzo de 2010

LA PALABRA DE DIOS ANTE LA TRAGEDIA

Mi primera reflexión para el “Murialdino 2010” tiene un tema obligado: no podía dejar de lado la gran tragedia que nos afectó directa o indirectamente a todos. Y esta vez no he encontrado mejor manera de empezar que recurrir a la Palabra de Dios, la que realmente nos puede indicar las actitudes justas que hemos de asumir después de este remezón.

DEL EVANGELIO DE LUCAS (13, 1-9)

En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.

El respondió: «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera».

Todavía vivimos estremecidos por el trágico acontecimiento. ¿Cómo leer esta tragedia desde un enfoque cristiano? Esta página del Evangelio nos viene en ayuda. Jesús nos enseña a aprender a escuchar la voz de Dios en los acontecimientos, incluso en los trágicos; ¡especialmente en los trágicos! En realidad, no son pocos los que suelen atribuir a Dios determinados sucesos. También los contemporáneos de Jesús lo hacían. Sin embargo, entonces como ahora, daban una interpretación errónea y falseada de Dios: Él no es como ellos pretendían o pensaban que fuese.

En el episodio del Evangelio se acercan a Jesús unas personas a contarle lo que sucedió a un grupo de galileos en Jerusalén. La respuesta es clara. Para ello Jesús toma en consideración dos sucesos. El primero, contado por los interlocutores: un grupo de galileos, de alguna facción independentista, había sido reprimido por Pilato, para lección y escarmiento de todo aquel que osara atentar con­tra la ocupación romana. El segundo lo recuerda Él mismo: el derrumbe de la torre de Siloé sobre un grupo de personas, lo que provocó 18 víctimas.

Entonces, como ahora, ocurrían tragedias y catástrofes que lastiman a la gente. Entonces, como ahora, hay muchas muertes de inocentes, cuyo desenlace no tiene siempre que ver con la vida que llevaban normalmente.

En este caso Jesús no intenta dar una respuesta de carácter religioso o histórico a estos acontecimientos. Pero Él quiere darnos una advertencia: el verdadero riesgo de perder la vida no está en un accidente desgraciado o en una revuelta represiva o en una trágica catástrofe, sino en no convertirse; es decir, en vivir distraídos, descentrados en relación a lo más importante de la vida, porque no habrá esperanza para después de la muerte.

Las tragedias forman parte de la vida, de la limitación y debilidad del hombre. Jamás hay que interpretarlas como aquellas personas que se presentaron ante Jesús, las cuales pensaban que eran un castigo de Dios por los pecados cometidos. Jesús nunca nos habló de un Dios justiciero que va castigando a sus hijos, repartiendo aquí o allá enfermedades, accidentes o desgracias, como respuesta a sus pecados. Tampoco se detiene en disquisiciones teóricas sobre el origen último de las desgracias, hablando de la culpa de los hombres o de la voluntad de Dios. Él vuelve su mirada hacia los presentes, hacia los vivos y los enfrenta consigo mismos: han de escuchar en estos acontecimientos el llamado de Dios a la conversión, al cambio de vida; hay que tomarlos como un remezón para cambiar de actitudes.

Ante este trágico terremoto lo primero no es preguntarnos dónde está Dios, sino dónde estamos nosotros, dónde nos colocamos. La pregunta que puede encaminarnos hacia una conversión no es “¿por qué permite Dios esta horrible desgracia?”; sino “¿cómo consentimos que tantos seres humanos vivan en la necesidad o tan indefensos ante la fuerza de la naturaleza?” O bien, “¿qué esperamos para involucramos más en una acción democrática de control sobre quien ha de tomar las decisiones por el bienestar de todos?”.

Al Dios crucificado no lo encontraremos pidiéndole cuentas, sino identificándonos con las víctimas e involucrándonos personalmente como ciudadanos de un País sometido a sismos. No lo descubriremos protestando contra su indiferencia o negando su existencia, sino colaborando de mil formas por mitigar el dolor de la gente afectada de nuestro País (o de Haití o de cualquier otro lugar del mundo donde haya sufrimiento). Entonces, tal vez, intuiremos entre luces y sombras que Dios está en las víctimas, defendiendo su “dignidad eterna”, en los que luchan contra el mal, alentando su combate o en los que toman en serio su propio País, incluso pagando de persona.

En definitiva, Jesús nos lleva a mirar el mundo y los acontecimientos no como espectadores, sino como actores e interpretar también esta tragedia a la luz de su Palabra… porque Dios pasa a través de nuestra vida con frecuencia… también en ocasión de esta tragedia pasó, dándonos un remezón. ¿Podríamos seguir igual que antes?

Franco Zago, rector