jueves, 27 de agosto de 2009

El futuro al que amar

Estimada Comunidad Educativa:

En el ámbito de la Iglesia el concepto más repetido sobre educación durante los últimos años es "emergencia educativa". Fue el Santo Padre, Benedicto XVI, quien lo dijo por la primera vez, el 11 de junio de 2007, ante una asamblea de eclesiásticos y laicos.
Aunque el concepto no requiere mayores explicaciones, cabe preguntarse qué ve la Iglesia y el Papa de preocupante en la sociedad actual para insistir tanto en esta alerta. Sabemos que educar hoy en día no es tan fácil. Pero, ¿en qué sentido estamos en una emergencia?

Retomando libremente las palabras del Papa, podríamos decir que existe una dificultad real de parte de padres, maestros, profesores y educadores en general, para transmitir a las nuevas generaciones "los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento". Resulta que estamos bombardeados como nunca de muchísima información que nos llega a través de los medios, con una virulencia jamás experimentada anteriormente. Información sobre cualquier cosa y, en muchos casos, presentada como verídica e importante para la vida; es decir, información que se despliega ante el público anónimo como verdades indiscutibles, aún si contradictorias. Por el contrario, se dan a conocer un sinfín de opiniones para todos los gustos sobre cualquier cosa, opiniones opuestas, antitéticas, mezcladas a verdades comprobadas, verdades a medias… El resultado de todo ello es un clima de "relativismo", donde no hay ninguna verdad o valor que sea permanente. Dicho de otra forma, puesto que todo puede ser verdadero y que no hay nada con carácter de duradero y estable, menos todavía de absoluto, cada cual toma lo que más le gusta o le conviene, basta que sea compatible con las leyes.

Por otra parte, la facilidad de acceso a internet que tienen los jóvenes, los ponen en directo contacto con los más diversos, incluso disparatados, acopios de datos y de entretención, y las múltiples y variadas relaciones virtuales que van tejiendo, los dejan forzosamente sin capacidad de poder procesarlo todo, menos todavía de tener un mínimo de lucidez de discernimiento sobre ello. Pienso que sean pocos los padres, profesores y educadores que sepan realmente cuánta información y cuántos contactos "tocan" los niños y jóvenes a través de internet. Al verbo "tocar" le estoy dando, ahora, un doble significado. Primero, porque el acceso al espacio cibernético se hace con simple clic del mouse, es decir con un toquecillo, sin esfuerzo, sin ninguna preparación especial, sin tener que prestar demasiada atención, con una asombrosa facilidad (¡otra cosa es leerse una página de un libro, consultar una enciclopedia o pensar qué escribir!). Segundo, porque normalmente se entran en las páginas web con una enorme ligereza, como pasando por encima, sobrevolando rápidamente, sin profundizar o averiguar el tipo de fuente y su seriedad.

Sin desmerecer los adelantos tecnológicos, es bueno darnos cuenta de la dificultad actual para proponer y trasmitir a los jóvenes algo válido y cierto, reglas de vida, objetivos convincentes para la existencia humana, un sentido de vida en definitiva. Luchamos contra un martilleo inabarcable. Nosotros - padres, profesores, educadores - no queremos reducir nuestra labor a la transmisión de determinadas habilidades o capacidades de hacer, como tampoco limitarnos a satisfacer su deseo de felicidad, colmándoles de consumismo y de gratificaciones efímeras. Desde luego las verdades y los valores hemos de vivirlos nosotros mismos, los adultos, en primera persona, evitando lo más posible contradicciones e incoherencias, y reconociendo nuestras "meteduras de pata". En este contexto, cabe decir que también depende de nuestro testimonio y de nuestro compromiso educarlos en la fe, en el conocimiento y seguimiento de Jesucristo; responsabilidad ésta que sin duda contribuye a hacer mejor la sociedad en que vivimos. Eso es lo que creemos y proponemos en nuestro Liceo.

He escrito estas reflexiones, porque ahora voy a compartir algo distinto sobre nuestros chiquillos, unas impresiones que he sacado las semanas pasadas y que se alejan de la panorámica anterior.

Hemos celebrado, con ocasión de la fiesta de nuestro Patrono san Leonardo Murialdo, el Machitún. Este año he tratado de estar presente lo más posible en su preparación y desarrollo, haciendo compatible el normal quehacer de rector con las actividades de nuestros alumnos dentro del colegio, relacionadas con el evento. Quiero manifestar ahora, en esta página, una apreciación sobre lo que he visto.

Puedo equivocarme, pero me atrevo a decir que tenemos la suerte de contar en esta casa de estudios con unos alumnos extraordinarios. Son minoritarios, es verdad, si miramos las estadísticas de conjunto sobre la juventud de hoy en día, teniendo presente las consideraciones anteriores. Pero estos chicos son distintos, por lo menos aquellos que he visto empeñados en las actividades. Tienen valores, tienen voluntad. Saben comprometerse a fondo, aunque sea para una actividad lúdica. Se prueban a sí mismos, sacan de sí recursos y cualidades, a veces, desconocidas para nosotros los adultos. Se esfuerzan en hacer las cosas bien, no se conforman con resultados mediocres. Apuntan competitivamente hacia lo máximo. Son capaces de reconocer sus falencias y límites. Saben colaborar con sus compañeros. Algunos tienen de verdad pasta de líder. Son creativos; tienen buen gusto, sentido de la organización, visión de conjunto; saben trabajar en equipo. Los hemos visto competir hasta más no poder, pero sin rivalidad. Han llorado tras una derrota, pero han sabido serenarse, felicitando a los vencedores. Hemos observado cómo los mayores se han preocupado fraternamente de los más pequeños, para coordinarlos, animarlos, estimularlos al empeño, a la constancia; los han protegido, les han entregado sentido a lo que hacían, más allá de conseguir el mayor puntaje. Incluso - y esto ha sido algo inesperado - los he visto puntuales como nunca, obedientes a las reglas, comprometidos con lo acordado, tratando de recordarse mutuamente los encargos y los horarios.

Quizás alguien dirá que el padre es demasiado optimista, que no es oro todo lo que reluce. Me limito a manifestar mis impresiones solamente. Con todo puedo afirmar que de algo estoy seguro: el Machitún es una ocasión formidable para sacar lo mejor que tienen nuestros alumnos, canalizar fuerzas, fomentar sanas actitudes y valores auténticos, crear ocasiones para probarse, para demostrase a sí mismos y a los demás de qué son capaces… ¡En fin, el Machitún es un buen invento, no me cabe duda! Lástima que no todos los papás hayan podido apreciar cuánto valen sus hijos o lo lindo que resultaron algunas actuaciones. Y uno piensa: si éstos son capaces de tanto, entonces…

Entonces… a mí esta juventud me ayuda a hacer un acto de fe en el futuro de la sociedad y de la Iglesia. No obstante los tiempos de "emergencia educativa", en los que constatamos cómo la secularización, que corre tan rápidamente, nos induce a temer por los valores fundantes de la persona, de la familia y de la sociedad, hay esperanza. Estos son nuestros jóvenes. ¡Éste es nuestro futuro, el futuro al que amar!


P. Franco Zago Da Re
Rector