Estimada Comunidad Educativa:
En la reflexión anterior sobre el lema afirmaba que no siempre es posible proponer la verdad, ya que mentiras inconscientes y mentirillas nos acompañan por doquier. Tanto es así que ni siquiera le hacemos caso a estas pequeñas "falsedades" que nos intercambiamos a diario. Sin embargo - decía - es sumamente importante comprometerse en poner "grandes rebanadas" de verdad en nuestras relaciones significativas, en particular en las relaciones intrafamiliares. Tratar de dar cada vez más espacio a la transparencia, si bien es costoso, resulta ser a la postre una actitud de vida muy beneficiosa y sana, porque previene problemas, rupturas, malentendidos, fricciones y sinsabores. Por eso entre esposos, entre padres e hijos, entre amigos es fundamental lograr tener espacios de conversación abierta donde uno pueda contar lo que siente dentro.
Preguntémonos ahora: ¿Cuánto pesan los "silencios" en nuestras relaciones significativas? Me refiero a la conducta de no manifestar lo que uno siente o lo que uno tiene dentro, conducta que todos, quien más y quien menos, tenemos, incluso como hábito. En las relaciones solemos con frecuencia callar, no comunicar o no hablar sobre algún argumento o sentimiento. No se alude aquí a la tipología psicológica de introversión o extraversión. La reflexión no pretende tener carácter de estudio psicológico, apunta más bien a observaciones de sentido común.
La costumbre de no manifestar algo que se siente - aquello que deja uno de decir o de expresar en una relación - crea situaciones muy gravosas. Sin embargo, nuestras relaciones están llenas de estos "silencios". ¿Podemos considerarnos personas veraces, si los silencios abundan en nuestra vida diaria? Probablemente seguimos considerándonos veraces, porque no nos sentimos obligados a decir lo que sentimos o a hablar de todo lo que nos pasa por la mente. Sin embargo, en las relaciones importantes la dimensión de "lo callado" debería dejar lugar cada tanto a la verdad de "lo hablado". Prácticamente también en este caso, retomando la imagen del bocadillo del artículo anterior, necesitamos poner "buenas rebanadas de hablado".
La experiencia de estar en contacto con alumnos y sus familias nos enseña que en la relación entre padres e hijos lo que se calla puede resultar nocivo. Ciertamente todavía más entre esposos. Los silencios se vuelven perjudiciales, no sólo porque son ocasiones perdidas para fortalecer los lazos, sino porque normalmente lo que se calla tiene algo de "negativo", algo que nos cuesta decir.
Veámoslo desde el punto de vista de los hijos adolescentes y jóvenes. No es frecuente el caso en que uno ha de hacer sólo reproches a sus padres. Pero también en este colegio - y lo digo con mucho respeto y con la mano en el corazón - hay casos de alumnos que nos cuentan cosas tristes de sus padres y que no se atreven a hablarlo con ellos (también hay alumnos que tienen miedo o vergüenza de hablar de "ciertas cosas" con sus padres). ¿Por qué estos hijos no logran hablarles a sus padres con franqueza?
Yo creo que es difícil tener a unos papás de quienes se podrá conservar sólo recuerdos positivos. En la mayoría de los casos, si esto sucede, significa que se los ha idealizado demasiado. E idealizar es una operación de censura. Esta censura los psicólogos la llama "represión" y es una operación inconsciente de la mente que remueve en el olvido recuerdos desagradables.
Idealizamos lo que no queremos reconocer como negativo. El sentido común debería indicarnos que cada relación se caracteriza por luces y sombras y que algunas veces conversar de lo que no marcha bien, puede ser útil aunque nos moleste. En las relaciones importantes el "silencio", el "no hablar", "lo que se calla" causa a la postre dolor e imposibilidad de elección, y mengua nuestra libertad. Es necesario que en las relaciones significativas haya mucho "dicho" y no demasiado "no dicho". Eso sí, dicho siempre con educación y respeto.
Veamos otro aspecto.
Un filósofo español afirmaba que "las ideas se tienen y en las creencias se está". Con esto quería hacernos ver una sutil, mas profunda diferencia que hay entre las verdades, pensamientos u ocurrencias que manejamos. Hay verdades, pensamientos u opiniones que están en nuestra mente; son las que producimos, sostenemos y discutimos. Pero hay otras que no las poseemos, sino que son verdades "en que estamos". Éstas son las más importantes, porque constituyen y construyen nuestra existencia. Por lo tanto, las verdades fundamentales para nuestra vida - pienso yo - no están tanto en nuestra mente, sino en nuestro corazón. No son muchas, pero son vitales.
Cuando en la tradición pedagógica del Liceo Murialdo hablamos de la "Educación del corazón", entendemos hablar también de esto. Aquellas "verdades importantes" que nuestros alumnos van descubriendo y desarrollando a lo largo de su vida, no han de quedarse solamente en su mente, como ideas, pensamientos u ocurrencias, sino que han de bajar al corazón. ¿Qué quiere decir esto? ¡Que se carguen de emoción y de asombro! ¡Que nos hagan vibrar! ¡Qué se vuelvan experiencia de vida! Porque serán éstas las que conformarán nuestra existencia y se traducirán en comportamientos coherentes. Se trata, en definitiva, de aquellas verdades que "nos sostienen" y no verdades que sostenemos. Precisamente porque pertenecen al corazón. Un sencillo ejemplo tomado de un pensamiento del famoso matemático francés B. Pascal: "Es el corazón y no la mente que siente a Dios".
Pero, ¿cómo lograr que estas verdades bajen al corazón de uno? Aquí está el arte de los educadores, tanto padres como personal del colegio: ¡educar el corazón!
P. Franco Zago Da Re
Rector