Estimada Comunidad Educativa:
A diario nos movemos entre opiniones, mentiras y medias verdades. Parece que sea condición inevitable del hombre la falta de total transparencia, la reticencia (insinuar medias verdades, sobre todo con los chismes), la ambigüedad, el doble sentido. Además, a diario disparamos opiniones personales sin ninguna preocupación por fundamentarlas,, por verificar su veracidad. Incluso a diario decimos mentiras y mentirillas. Y esto lo hacemos todos y no sólo algunos. Decimos mentiras consciente o inconscientemente, embellecemos los aspectos que tienen relación con nuestra persona, escondemos nuestros verdaderos sentimientos… Por ejemplo, cuando alguien nos pregunta "qué tal te va", le contestamos enseguida, sin pensarlo, "bien", porque no nos interesa contarle que pasamos una noche mala por un enojo o una indigestión. Otro ejemplo: si no tengo dinero y me invitan a una cafetería, contesto que no tengo ganas, ya que si los demás esperan que yo pague lo mío, no sabría qué hacer. Estamos siempre dispuestos a justificar nuestras pequeñas o grandes equivocaciones con razones que ocultan parte de la verdad. Por otra parte, contamos mentiras para encubrir algunas conductas que no queremos manifestar. No lo hacemos por maldad, sino por no querer exteriorizar cómo somos por dentro en ese instante o ante esa determinada persona. Contamos mentiras, incluso a las personas que estimamos, porque cuesta mucho decir siempre la verdad. La verdad, en efecto, tiene un costo elevado.
Sin embargo, en estos tiempos está surgiendo un problema nuevo: no se cree en la verdad, no se cree que haya verdades firmes y universales. El camino hacia el predominio de este clima de escepticismo ante la verdad ha sido lento y ha tenido pasos intermedios. Y me explico.
Hoy en día predomina en las mentes de casi todo el mundo lo que se llama "pluralismo". Viene a ser como el dogma de nuestra cultura. Se trata de un sistema de pensamiento por el cual se acepta la validez de la pluralidad de ideas, doctrinas, paradigmas o modelos en el ámbito político, filosófico, religioso, ético… Por otra parte, se puede discutir de todo, pero jamás del derecho de cada cual a pensar como le parezca y a ser respetado en lo que piensa. Esta actitud de respeto la llamamos también "tolerancia", que es la actitud de respetar las ideas, creencias, maneras de actuar de los demás, aún cuando son contrarias a las nuestras.
No cabe duda de que esta tendencia ha significado un progreso en la historia de la humanidad. Pero ha traído consigo el "relativismo" y con él, el "permisivismo". Y estas dos posturas son realmente demoledoras. Son como un cáncer, una polilla que carcome los más apreciado de la sociedad. Simplemente porque tarde o temprano nos llevará al nihilismo, que es la negación de todo principio, autoridad, verdad, objetividad, sentido de la vida…
Para el relativista todo le parece igual. Da lo mismo una visión de la vida que otra, un modo de vivir que su contrario. Para no pocas personas de hoy, ya no hay verdad ni mentira, ni correcto ni equivocado, ni belleza ni fealdad, ni bueno ni malo. Todo es subjetivo. Cada uno verá qué quiere pensar de la vida, cómo siente las cosas y qué le apetece hacer en cada caso. La elección la hace cada cual según su propio gusto o idea del momento. Más todavía, las cosas llegan a veces a tal extremo que si uno defiende en público unas convicciones firmes sobre algo, como la existencia, la vida, el hombre o la moral, fácilmente puede ser tachado de fanático y hasta intolerante y fundamentalista. Lo que vale es la relatividad de todo. Nada es seguro ni firme. Sólo el que mantiene una postura relativista es digno de respeto.
En este ambiente de pluralismo que lleva paulatinamente al relativismo, disfrazado de tolerancia, incluso hablar de religión resultará impropio y ambiguo. Pronto ya no se estilará hablar de la propia fe en público, precisamente porque es un asunto privado y para no ofender a los demás. Es por ello que algunos creyentes reaccionan de manera exagerada, endureciendo su postura fundamentalista, hasta intentar incluso imponer sus convicciones a la fuerza. Otros, por el contrario, siguiendo la moda, desde una postura permisiva y liberal, dan por bueno casi todo afirmando que lo importante es la experiencia religiosa de cada cual, ya que todas la religiones son válidas y todas tienen algo de verdad.
Ahora bien, con este relativismo escéptico no es posible educar, de por sí ni siquiera hablar de educación. Porque sólo se puede educar desde una "concepción ideal" de la persona humana, o por lo menos desde alguna concepción de persona que se considera mejor que otras. Únicamente desde la confianza de que un ideal de humanidad merece ser transmitido, cobra sentido educar. Porque creemos que no todo da igual. Porque creemos que hay algo permanente, estable, universal y absoluto que llamamos verdad.
Por consiguiente, podemos fácilmente prever que vamos a tener una crisis en la educación. Una crisis doble. Por un lado, en los educadores y docentes en los cuales irá generándose el desaliento al verse continuamente metidos en el esfuerzo por tener que dar referencias de sentido en un contexto de sinsentido, de propuestas de valores en un ambiente de contravalores, de verdades en un horizonte escéptico donde cada cual cambia a su gusto la opinión; al verse, además, sometidos a un trabajo en solitario, sin el apoyo de las familias que probablemente se suman al sentir común de no buscar la verdad porque no creen que exista (incluso, como pasa en otros países, sin el apoyo de los gobiernos). Por el contrario, en los alumnos, hijos de su tiempo y de los medios de comunicación, los cuales irán creciendo sin apenas recursos morales y vitales para afrontar el futuro con esperanza, ya que no hay nada fijo y estable, nada por lo cual valga la pena esforzarse y luchar.
Preguntémonos, por ejemplo, qué pasaría, si se llegase a tener como regla de vida la que propuso un fiscal de USA de que "la verdad es relativa; escoge la que mejor te funcione". Sabemos que los adolescentes, creciendo, tienen como por instinto la necesidad de distinguir entre lo verdadero y lo engañoso, lo que es una realidad o una ficción. Ese tipo de límites, que la sociedad adulta tiene cada vez más desdibujados, los chicos lo reclaman.
Los jóvenes, además, se vuelven más idealistas, por lo que son abiertos y dados al compromiso, incluso, a veces, en formas poco razonables. Si todas las propuestas o las ideas son igualmente válidas - lo cual significa que son igualmente falsas - entonces, ¿cuáles motivos podrán tener para empeñarse en una acción o asumir una responsabilidad? Vamos a tener una generación de indecisos o de gente que no sabe ni le interesa tomar decisiones.
El Papa recordaba últimamente en un discurso que "un niño tiene un deseo fuerte de saber y entender, que se expresa en su torrente de preguntas y demandas constantes de explicaciones. Por lo tanto, la educación se empobrecería si se limitara a proveer información, y descuidara la pregunta importante sobre la verdad, sobre todo aquella verdad que puede ser una guía en la vida".
Entonces, ¿qué hacer?
Recetas no las hay. Posiblemente, si nos ponemos a pensar en común, incluso con nuestros alumnos, vislumbraremos caminos o pistas para despertar de nuevo en ellos el interés por la verdad. He aquí unas indicaciones:
Recuperar con humildad, por ejemplo, la actitud socrática de provocar en nosotros y en los otros la búsqueda de la verdad. Sobre todo de aquellas verdades que son guías en la vida. Distinguiendo verdades absolutas de verdades a medias, porque también "un reloj roto indica la hora exacta dos veces al día". Por lo tanto, valorización del diálogo, que implica una comunicación racional, lo cual supone la superación de la postura del consenso entre las personas, ya que el consenso comporta, en definitiva, una renuncia a la verdad para buscar acuerdos políticamente correctos.
Por otra parte, ya que el pluralismo es hoy en día un valor no desdeñable, sostener decididamente el pluralismo, pero fundado en la responsabilidad, en la coherencia y en los deberes asumidos de manera estable y duradera; pluralismo que acepta convivir con quienes piensan de manera distinta, pero sin que por ello debamos renunciar a buscar la verdad o "rebajar" el convencimiento de las verdades en que creemos y nos sostienen en nuestra vida.
Dar razón de nuestras creencias con razones; es decir, fundar racionalmente nuestros argumentos y no limitarse a exponerlos dogmáticamente.
Llegar a tener unas verdades que dan sentido y sabor a la vida, sin las cuales todo se volvería más insípido y oscuro.
Visto, además, que diariamente nos movemos entres opiniones y mentirillas, como condición ineludible del ser humano, tener como norma de vida decir la verdad en las relaciones importantes. Ahondando un poco más, podemos decir que éste es un criterio útil e importante, pero no siempre aplicable, porque, algunas veces, si digo la verdad daño a mí mismo y al otro. A veces no se puede soportar la verdad en su totalidad. Es que funcionamos de esta manera: exigimos la verdad, pero la verdad nos pesa. Si no quiero disgustar a quien está ante mí, cuento una mentira. Pero, esta situación me convierte a la larga en demasiado mentiroso. Es necesario, por lo tanto, que en las relaciones importantes (no es lo mismo una relación ocasional con uno que se encuentra por la calle que la relación con un familiar, con un colega, con un superior, con un hijo) se amplíen las porciones de verdad. Si me es difícil aguantar a alguien, no puedo seguir tolerándolo continuamente; no puedo seguir callándome y no decirle nada. Además de sentirme mal, construiría una relación falsa que a un determinado momento explotaría, acarreando estragos en la relación. Cada tanto hay que decir la verdad. Pues hay que utilizar buenas "rebanadas" de verdad. El ejemplo que hice ante los alumnos viene a significar exactamente esto: el concepto de rebanada o porción incluye la idea de intervalo. Es decir, entre una porción y otra hay otra realidad, de lo contrario no sería una rebanada. Exactamente como se hace un bocadillo. Entre pan y pan se pone un relleno sabroso. En el intervalo entre una buena rebanada de verdad y otra estaría la opinión y la mentirilla inevitables. Construiremos buenas relaciones cuando aumentamos las "rebanadas de verdad". Lamentablemente, incluso en las mejores familias, sucede con frecuencia lo contrario, pues nos movemos por comodidad, flojera o miedo entre mentirillas y medias verdades. En conclusión, la verdad en las relaciones es fundamental. Tratar de dar espacio a la transparencia es algo costoso, pero vale la pena, si bien somos conscientes de que no siempre es posible proponer la verdad. Quizás podríamos decir que el equilibrio y la madurez consisten en comprometerse en poner grandes rebanadas de verdad en nuestra vida normal, teniendo presente siempre la sensibilidad de los demás. Pues necesitamos equilibrio y prudencia, madurez y vigilancia.
P. Franco Zago Da Re
Rector