«TOMA LECCIONES DEL PASADO,
PERO SÉ UN HOMBRE DE TU TIEMPO CON TU TIEMPO.
ESCUCHA Y COMPRENDE LAS VOCES DEL UNIVERSO,
DE LA TIERRA, DE TU GENTE, DE TU CIUDAD, DE TU PATRIA,
LAS VOCES DE LOS QUE SUFREN, DE LOS POBRES, DE LOS OPRIMIDOS.
COMPENÉTRATE DE TODO LO QUE ES BELLO, BUENO, VERDADERO Y SANTO.
NADA SE PIERDE CON VIVIR GENEROSA, NOBLE, CORTÉSMENTE,
NUTRIENDO EN EL ÁNIMO LA LEALTAD, LA JUSTICIA, EL BUEN SENTIDO, LA BENEVOLENCIA.
SÓLO ASÍ APRENDERÁS A LEER EN LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS Y DE DIOS,
Y A OÍR EL LLAMADO DE LAS ALMAS». (Murialdo)
Se trata de una composición de nuestro santo patrono, Leonardo Muriado, escrita cuando tenía 17 años. Podemos leerla esculpida en la lápida de su monumento, ubicado entre la capilla y el segundo ciclo. Nunca sabremos cómo llegó Murialdo a escribir aquellos pensamientos tan profundos, que transcienden ciertamente su edad; ni sabremos cuáles han sido las motivaciones, como tampoco la situación que estaba viviendo, para dejar anotado en sus apuntes personales ese mensaje. Sin embargo, una cosa es cierta: esas palabras fueron proféticas según el rumbo que en el futuro tomaría su vida.
“Escucha y comprende las voces…” Una de sus actitudes más habituales, aunque no tan conocida, ha sido precisamente su aguda atención a la realidad histórica que estaba viviendo. Las elecciones hechas, antes y después de aceptar la dirección del Colegio “Artigianelli”, los compromisos apostólicos asumidos a lo largo de su vida, las modalidades de intervención implementadas en las varias obras, denotan en él un atento sentido de escucha y una viva percepción de los problemas que su tiempo y su entorno planteaban a la sociedad y a la Iglesia. En efecto, Murialdo “escuchaba” de verdad la realidad social, tratando de interpretar las necesidades más urgentes y de encontrar una respuesta adecuada.
El sufrimiento más agudo de los católicos de su época fue sin duda el producido por el contraste entre el Estado y la Iglesia, a causa de la expropiación de los territorios gobernados por el Papa (en concreto, la ciudad de Roma); y también el contraste entre la Iglesia y la sociedad misma, encaminada hacia una progresiva laicización. Este concepto se puede explicar como la tendencia de evitar que la religión sea visible en la vida de la sociedad, excluyendo su influencia y sus manifestaciones. La tendencia laicizante, originada por la Ilustración y difundida en Europa y en el mundo con las secuelas de la revolución francesa, se impuso en Italia con los gobiernos de la Unificación (siglo XIX), por lo que las autoridades procuraban con todos los medios excluir la religión de la “cosa pública” (instituciones, asociaciones, movimientos obreros, manifestaciones, etc.). La religión tenía que tolerarse sólo en los templos. Y todo ello, obviamente, condimentado con un fuerte carácter anticatólico y antireligioso.
He aquí entonces la preocupación de Murialdo hacia las clases sociales populares, las más expuestas al peligro de la descristianización. Fue particularmente sensible hacia los peligros que acechaban a los jóvenes, sabiendo por su propia experiencia (véase la crisis juvenil) que un adolescente puede fácilmente perderse. Por eso, implementó un abanico de obras educativas para con la juventud más desvalida (“jóvenes pobres y abandonados”).
Para enfrentar de manera más contundente la tendencia de laicizar la sociedad, abrió estratégicamente un frente nuevo: el apostolado de la prensa para “dar dignidad informativa, cultural y propagandística a los católicos”. Fundó un periódico (todavía vigente en la diócesis de Turín), creó las bibliotecas ambulantes, promovió la publicación de libros, y fue pionero en valorizar el papel de la mujer, porque pensaba que la mujer, más allá de la educación familiar, era la que tenía mayores aptitudes y posibilidades para la difusión de la prensa católica.
En fin, Murialdo supo leer el momento histórico en que vivió como el lugar de la presencia de Dios, quien no deja jamás de actuar en el mundo. La lectura de los “signos de los tiempos” y la mirada hacia la pobreza material y moral de los jóvenes fueron para él la voz que dócilmente siguió. Y esto hoy en día constituye para nosotros su legado carismático. Murialdo nos invita a reconocer hoy el rostro de Cristo en los hermanos más necesitados, buscando respuestas creativas e innovadoras de servicio y dedicación, que sepan proponer intervenciones aptas a las necesidades de los tiempos presentes.
p. Franco, mayo de 2012