lunes, 12 de diciembre de 2011

PREVENIR ES ACOMPAÑAR

Desde finales de octubre, cada semana hemos tenido importantes y hermosos eventos de carácter religioso, signo de la vitalidad pastoral del colegio: la ordenación de dos diáconos josefinos, Jesús Castillo y Stalin Rafael Mora; cuatro jornadas de retiro para apoderados y para alumnos confirmandos y en catequesis; luego, las confirmaciones de 68 estudiantes y 8 apoderados; tres domingos sucesivos de primeras comuniones; la misa de envío de los IVos medio y la de acción de gracias de los 8os básico; y por último, como cierre de las celebraciones y del mes de María, la peregrinación al Cerro San Cristóbal para honrar a nuestra Madre, dando gracias al Señor por el año escolar. A todos nos impresionó esa larga caminata de unas 1.500 personas de la comunidad escolar y de apoderados (cada vez más numerosos), que, como una cinta sinuosa, adornó con sus colores el camino de subida al cerro y el santuario al aire libre de la Virgen. Fue bonito ver especialmente a los alumnos mayores participar con fervor en los rezos y en la escucha de la Palabra. ¡Estas manifestaciones externas, al fin y al cabo, nos reconfortan ante la poca influencia sobre los jóvenes que tiene hoy en día la religión y la Iglesia!


Con todo, nos queda la permanente tarea de fortalecer la espiritualidad en los alumnos, más allá de los eventos celebrativos, de los varios momentos religiosos que ritman el año escolar o de las misas de los sábados. Según crece la edad de los alumnos, que van dejando atrás la espontaneidad receptiva de la niñez, va disminuyendo aparentemente en ellos la dimensión espiritual. En efecto, en los primeros años se observa una participación activa, entusiasta y festiva de los pequeños en todo lo que se propone, en particular a nivel religioso; tanto que nos hace confiar en que se está sembrando muy bien. Sin embargo, cuando llega la adolescencia, muchos ya pierden el fervor participativo; incluso, durante la preparación a la primera comunión, van asomando en sus mentes o en sus comportamientos las primeras crisis religiosas.

Sabemos que la adolescencia es una época difícil, y lo es también en lo religioso. Empiezan las dudas de fe, producto de la falta de comprensión de ciertas verdades religiosas; o de la decepción que ellos experimentan cuando ven que la religión y la Iglesia no satisfacen sus exigencias; o por comprobar que su fe, todavía “mágica” y poco razonada, ya no obtiene de Dios lo que piden y, por ende, no es tan necesaria. En algunos casos intuimos que el alejamiento de lo religioso se debe al vacío afectivo del joven (¡es difícil creer en un Dios Amor, cuando uno no se siente amado lo suficiente!); o es producto del no encontrar sentido a la vida. También influye el miedo a lo que digan y la falta de personalidad: dado el clima social poco favorable a la práctica religiosa, les es difícil a los adolescentes luchar contra corriente y mantener una fe cristalina, faltándoles el valor para defenderla o manifestarla públicamente. Una de las causas es también la flojera, junto con la predominancia de otros intereses inmediatos y materialistas, porque les cuesta frecuentar la Iglesia, participar en la misa los domingos, rezar antes de acostarse. Ante todo lo relacionado con la religión les entra una gran desidia, que con el tiempo se trasforma en completo abandono. Por otra parte, al despertar de la pubertad, se les hace difícil mantenerse fieles a ciertas normas morales; por ello no aceptan a la Iglesia y la ley de Cristo, que con frecuencia les llega totalmente deformada, especialmente en lo referente a la vida sexual, porque ignoran los aspectos positivos de la moral cristiana y la ven tan sólo como un conjunto de prohibiciones. Si añadimos que sus lecturas, la frecuencia en el uso y disfrute de las redes sociales, sus contactos con determinados compañeros, el ambiente general de nuestra sociedad y el mismo proceso de maduración, les plantean serios problemas, cuando tratan de armonizar sus concepciones religiosas (no siempre actualizadas) con sus conocimientos y experiencias juveniles.

Mientras algunos logran interiorizar su fe, experimentando a Dios presente en sus vidas y respondiendo con una conducta en la que la oración está presente y/o el empeño pastoral los compromete (¡alrededor de 50 alumnos de 8º básico quieren ser catequistas!), otros, más que perder totalmente la fe, simplemente dejan de practicar. Todo esto les lleva a alejarse poco a poco de Dios, de quien, en el mejor de los casos, siguen temiendo su desaprobación y, a la vez, valoran su misericordia y su poder de perdonar.


¿Cómo PREVENIR, entonces, desde la familia y la escuela el alejamiento de lo religioso?


Por una parte, el Liceo, fiel a su meta de “formar jóvenes históricamente ubicados y cristianamente inspirados”, no sólo se esmera en darles una “educación en valores” (cosa que se encuentra en muchos otros colegios), sino en multiplicar las ocasiones y las oportunidades para que puedan profundizar su fe, a través de iniciativas y propuestas pastorales.


Por otra, hay que reconocer que muchas de nuestras familias colaboran bien poco o nada con la educación religiosa de los hijos. Nos da la impresión que en esto no tenemos siempre la colaboración que esperaríamos de las familias, que, sin embargo, se declaran a favor de todo lo que el colegio “católico” ofrece. Claro que se trata solamente de un porcentaje, porque hay otros padres que se esfuerzan en secundar las propuestas religiosas del colegio, en acompañar con diligencia a los hijos durante el proceso de catequesis, en llevarlos a misa los domingos (¡la práctica religiosa por excelencia, la más eficaz para mantener viva la fe!) y en motivarlos para que recen por las noches o rezar con ellos en casa.


Sería lamentable decir de nuestros apoderados lo mismo que hemos dicho de los alumnos: ¡por X motivos se han alejado poco a poco de lo religioso! Al final del año que lleva por lema “en la familia y en la escuela PREVENIR es amar”, es bueno recordar que también en la dimensión espiritual y religiosa tiene mucha importancia la prevención. En este caso, “prevenir es acompañar”, acompañar a los hijos en el crecimiento de la fe, en cualquier momento de las etapas evolutivas, pero en particular en la de la adolescencia.


El tiempo de Navidad es propicio para retomar la sensibilidad religiosa, acercarse a la iglesia, reafirmando junto con toda la familia la fe en el Dios hecho hombre.

p. Franco Zago, rector