martes, 3 de agosto de 2010

A propósito del Semáforo



Tengo ante mi el Mapa-Semáforo de la Municipalidad de Recoleta, que el Ministerio quiso entregar a los Padres y Apoderados para informarles sobre los resultados SIMCE 2009 en los colegios. Estos son clasificados en tres colores – verde, amarillo y rojo – según si el puntaje promedio esta

respectivamente por encima o por debajo del promedio nacional. El mapa lleva en el anverso una carta con firmas del Presidente y del Ministro de Educación.

¡Qué tristeza!

¿Cómo se sentirán papás y mamás de aquellos alumnos, cuyo colegio tiene el semáforo rojo? ¿qué podrán hacer? Si tienen tan sólo un poquito de interés para que sus hijos reciban una mejor formación académica, ¿qué posibilidades reales van a tener el próximo año? ¿y cómo responderá el Ministerio las Municipalidades ante los reclamos de los padres?

Desde luego, en estos momentos lo que menos me importa es constatar una vez más que nuestro Liceo tiene buenos resultados y que está evaluado con semáforo verde. En todo caso me preocuparía si llegasen muchos más postulantes para nuestro colegio, porque nos produciría mayor stress en el trabajo de selección o porque siempre es duro contestar a un papá o una mamá que suplica que su hijo(a) sea admitido(a), que no tenemos vacantes.

Me preocupa también una afirmación de la carta que acompaña el Mapa-Semáforo, que en el contexto de la publicación de los resultados SIMCE, cobra un sesgo reduccionista: “…una buena educación significa mayor progreso, abrir puertas y mejores oportunidades. En síntesis: una vida más plena y feliz para sus hijos ¡Es una ecuación inaceptable¡ ¿Cómo se puede reducir el concepto de vida plena y feliz a mejores resultados del SIMCE? ¿acaso la felicidad y la vida plena las pueden tener sólo auqellos que van mejor en sus estudios y que tienen mejores oportunidades? Si fuera asi, entonces deberíamos concluir que la mayor parte de los alumnos de los colegios con semáforo rojo tendrá una vida insatisfactoria e infeliz. No solo se trata de una perspectiva erronea, sino también sumamente peligrosa, por considerar los resultados académicos de las pruebas externas como el factor de predictibilidad de “una vida más plena y feliz”.

Nosotros no queremos que nuestro colegio sea elegido o preferido principalmente por sus resultados académicos o por ser bastante barato en comparación a lo que ofrece; o por ambas cosas. Ciertamente nos empeñamos por superar el rendimiento escolar de todos y cada uno de nuestros alumnos, preocupándonos por los más rezagados. Analizaremos detenidamente los resultados del SIMCE para buscar donde canalizar nuestra atención y poner los remediales más adecuados. Nos preocuparemos cuando en una asignatura no tenemos buenos resultados. Pero cuando aspiramos que nuestro liceo sea apreciado, quisiéramos que lo fuera por algo más profundo y auténtico; por aquello que tiene que ver realmente con la felicidad de niños y jóvenes:

¾ Por la convivencia alegre y disciplinada

¾ Por las relaciones de confianza entre alumnos y profesores

¾ Por la atención personalizada que se intenta instaurar de parte de los profesores jefe con las entrevistas.

¾ Por las múltiples iniciativas solidarias, generadoras de sólidas actitudes para la vida;

¾ Por el continuo estímulo al trabajo bien hecho;

¾ Por ser un colegio inclusivo que no discrimina a quien no llega enseguida a los resultados esperados;

¾ Por el enfoque pedagógico que mira sobre todo a educar el corazón;

¾ Por toda la labor pastoral que se lleva a cabo de manera sistemática con alumnos y padres;

¾ Por la espiritualidad y los valores que diariamente tratamos de comunicar

¾ Porque queremos formar a buenos cristianos y honrados ciudadanos, es decir, queremos que nuestros alumnos, cuando salgan de 4º Medio sean jóvenes históricamente ubicados y cristianamente inspirados…

Este es el valor agregado que hace a un buen colegio; por ello, la prueba SIMCE, que dice medir la calidad de la educación, sólo mide un aspecto, importante si, pero no siuficiente para calificar a un colegio como bueno o malo o regular, con semáforo verde, rojo o amarillo…

p. Franco Zago, rector, Julio 2010

CIUDADANÍA


Los analistas sociales observan que los jóvenes están sometidos a presiones, ambientes e ideologías que dificultan el ejercicio de su ciudadanía, y cada vez hay menos espacios que escapan al dominio del mercado (consumismo), desde las relaciones personales al tiempo libre, la vida privada, la cultura, los sentimientos. Por lo tanto, no es tarea fácil para los que nos ocupamos de educación tratar de realizar el programa indicado por el lema de este año “Por ser la Patria una misión, formamos honrados ciudadanos y buenos cristianos”.

Hay que reconocer que San Leonardo Murialdo que ahora llamamos educación integral. Pero hay que reconocer también que ya entonces dicha meta constituía para sus colaboradores, religiosos y laicos, un campo de trabajo difícil y, al mismo tiempo, altamente desafiante. El clima social y los ambientes desde los cuales provenían los chicos de Murialdo, eran tales que hacía considerar bastante utópica su propuesta. Sin embargo, él y sus colaboradores, con la pedagogía del corazón, mediante la insistencia constante, casi cotidiana, de recordarles a los jóvenes los valores fundantes, de motivarlos al empeño, cuando propuso como meta para sus muchachos del colegio “Artesanitos” de Turín, que llegasen a ser “honrados ciudadanos y buenos cristianos”, tenía una lúcida visión de futuro, que lo anticipaba tanto en lo académico como en lo espiritual y en lo cívico de implementar aquellas iniciativas que despertasen su sensibilidad, lo consiguieron. No al 100 por ciento, porque también ellos tuvieron que rendirse ante los casos “imposibles” (Murialdo solía decir que “también la paciencia tiene un límite”), pero sí en un alto porcentaje.

Hoy vivimos casi la misma orfandad en valores y motivaciones. Por eso nosotros los adultos, padres, docentes y educadores, no podemos escatimar ningún esfuerzo ante el desafío de evitar que la juventud se convierta en tierra quemada, es decir, insensible a la “participación ciudadana y a la dimensión espiritual”.

Creo que es muy acertado también hoy, como para el tiempo de Murialdo, poner en el mismo plano estos dos ámbitos, porque son constitutivos de la condición humana. Más allá de cualquier propuesta pedagógica, quedará siempre actual y prioritaria la misión de encaminar a los niños y jóvenes hacia el mundo de la participación activa como ciudadanos honestos y como cristianos coherentes, para que no se queden solamente en la dimensión de chilenos por nacimiento y carnet sin más, y de cristianos únicamente de nombre y de partida de bautismo.

Reconocemos múltiples propuestas en el panorama actual de la educación, todas legítimas, cada una de ellas persiguiendo unos objetivos bien definidos, de mayor o menor altura; por mencionar algunas: la educación para la profesionalidad y el empleo que se convierte en la base de la productividad; la educación para la salud que mira a generar estilos saludables de vida; la educación para el consumo que promociona el ahorro; la educación vial que quiere conseguir una mayor seguridad en carretera, la educación para la solidaridad que promueve un mundo más fraterno, etc. Sin embargo, nuestra propuesta educativa no podemos considerarla una más entre tantas (como algún apoderado ha expresado últimamente); no sólo es “la nuestra”, sino que pensamos que ella las trasciende, tanto si la proponemos con la formulación dejada por Murialdo –formamos honrados ciudadanos y buenos cristianos- como en la que tratamos de traducir para nuestro colegio – formamos jóvenes históricamente ubicados y cristianamente inspirados -, porque su finalidad abarca el hombre completo; por eso mismo denominamos este tipo de educación con el calificativo de “integral”. Toda intervención coherente y toda iniciativa llevada a cabo en nuestro colegio están encaminadas a conseguir esa meta.

Hace unos 15 días vivimos el Machitún. No es sólo la expresión celebrativa más intensa del Liceo, Machitún es también una plataforma educativa donde los alumnos se ensayan en muchas y variadas actitudes fundamentales para la vida: la fraternidad transversal entre los cursos, donde el mayor protege y ayuda al pequeño y donde el pequeño puede ejercitarse en el sentido democrático, aportando su opinión en paridad de condiciones; el liderazgo responsable sin afán de protagonismo; la preparación y esfuerzo para lograr que todo salga de la mejor manera posible, corrigiendo los fallos que van surgiendo, hasta el detalle; la autodisciplina que modera los impulsos y los nerviosismos, que no cede ante el cansancio y que concentra las energías hacia la misma dirección; la sana competitividad entre las alianzas, que estimula los esfuerzos de autosuperación a más no poder; el trabajo en equipo, la distribución de tareas, la capacidad de organización, la colaboración, el sentido corporativo,, la alegría, el entusiasmo, y un largo etcétera. Pero, por encima de todo brilla, a mi juicio, la actitud común a todos: la “participación activa y responsable”, la que justamente prepara a ser ciudadanos activos y honrados.

En los próximos días el colegio se encenderá por la fiebre mundialista. Será un momento para crecer en el sentido de la patria, más allá de declararse hincha de uno u otro equipo. Una aspiración entonces: ojala que nuestros niños y jóvenes no se sientan chilenos sólo cuando los convoca la Roja, sino también cuando los llama la participación social y política.

p. Franco Marzo 2010